Me apetece hablar de panaderías. Quiero decir que las panaderías ya no son lo que eran, tomároslo como una metáfora de saldo sobre la sociedad en crisis de valores y crisis económica. Pero las panaderías ya no molan. Antes, salía del cole y dos veces a la semana mi madre me llevaba a una panadería típica de entonces: un recinto aséptico, serrín untado en el suelo y paredes blancas con algún poster mostrando la pirámide alimentaria, y un mostrador con pan, tabletas gigantes de chocolate, ensaimadas y croissants (o cruasanes); luego llegaron los donetes y eso fué mi perdición, me hice más "comercial", pasar de la tableta de chocolate a palo seco -te la cortaba la panadera, ¡clac!- y el cruasan artesano a los donetes fué como si Dylan le concediese una entrevista a Fernandisco. Me vendí. Y ahora esa panadería ya no está, esa vieja tienda donde el avance más radical en años fueron los donetes y la Loto Ràpid. Eran las mismas panaderías que las de nuestros abuelos, locales para conversar, socializarte antes de la era Facebook y llevarte ¡encima! una barra de pan (nada de baguette) a casa. Pero ahora ya no queda nada de eso. Las panaderías míticas se han largado al tercer mundo, o al séptimo cielo, y en su lugar aparecen las grandes cadenas, los verdaderos enemigos del ciudadano después del bicing y el alcalde Hereu. Pasad un día por una panadería de la cadena Dino Pan. Dino Pan, ¿qué coño es eso? Locales absurdos: paredes verde quirófano, madera mala en la parte inferior, fotografías en blanco y negro por la pared (?), cuatro sillas para que lo peor de la sociedad se tome un café y el cartel de la entrada, una horterada ilimitada donde, por supuesto, un simpático dinosaurio nos da la bienvenida, o el mal de ojo, según se mire. Las panaderías antes eran algo serio, rancio abolengo, y no esta broma. En serio, Dino Pan es el Lidl de las panaderías, te juegas la salud: mejor ni mires lo que tienen expuesto, esos croissants de chocolate y serrín te mirarán y te pedirán agónicamente que los mates. Los Dino Pan posíblemente sean una avanzadilla electoral de Bin Laden o de la iglesia de la cienciología, cara a las próximas elecciones municipales, yo no entro en el de mi barrio ni que me maten, no hagas tú lo mismo. Luego encontramos a la reina de las cadenas panaderas, el monopolio más insultante que vive nuestra ciudad: La baguetina catalana. En este caso, el creador de tamaño despropósito ha creído que unir el concepto panadería del Bronx tipo Dino Pan con el colmado Spar-paki, sería una idea genial. Por eso ha llenado la ciudad de locales Baguetina Catalana (incluso en el Paseo de Gracia, acabáramos), donde nos recibe un triste empleado y dos tristes ancianos que a penas pueden levantar el donut del plato. Puedes comprar agua, zumos y Coca-Cola, un insulto para cualquier vieja panadería de siempre, seguro que pronto podrás recargar el móvil y comprar bombillas de bajo consumo. Y por supuesto, no esperes esa comunicación rural de las panaderías de antaño, en el Dino Pan y la Baguetina de mi barrio nadie quiere saber nada de nadie, no hagas preguntas, cómete el chucho y lárgate. Las panaderías ya no son lo que eran, y ni siquiera cadenas con pretensiones como El Molí Vell (que tienen una tienda preciosa debajo de Tallers) o el Fornet d'en Rossend se escapan de este panorama amorfo y sin personalidad. Luego acabas comprando el pan en el Consum, y entonces te sientes como una mierda. Buenas panaderías quedan está claro, Barcelona-Reikiavik por ejemplo es otra cosa, pan de mil sabores, grumoso, denso, de ese que dura, un local perfecto, industrial, y unos tipos simpáticos que te informan de todo lo que te vas a llevar. El pan lo hacen ellos mismos y el negocio les funciona, prueba de que quién lo hace bien, recibe su recompensa. Están cerca del MACBA, siempre hay gente.