sábado, julio 09, 2011

THE BAND, STAGE FRIGHT


A los 11, 12, 13 años escuchaba a Neil Young, The Band, Dylan, Hendrix... Era fácil sentirse solitario culturalmente, con una música que solo tenía cabida en mi intimidad, y que podía compartir tan solo con mi hermano o en casos puntuales con algún amigo. Cuando empecé con The Band, un doble Lp recopilatorio que compró mi hermano, luego seguí con Before the flood, enseguida me sentí atrapado. A los 12 años no deberías sentirte atrapado por The Band, no es lógico, pero ahora empiezo a entender por qué me ocurrió. En muchas canciones de The Band había un sentido narrativo que me mantenía pegado al altavoz; me estaban contando una historia, épica, bella, grande, no sé cuál exactamente, pero en The night they drove old dixie down, The weight o en Daniel and the sacred harp, alguien me contaba un cuento extraordinario, y a qué chaval no le gustan los cuentos bien contados. Quizás era que mis padres no me explicaron muchas historias antes de irme a dormir, pero un hueco vacío se llenaba cada vez que escuchaba a The Band. Y así hasta ahora mismo, con todos los discos de Robbie Robertson, Rick Danko & co. en mis estanterías, con mil visionados de The Last Waltz a mis espaldas, con las carreras en solitario del propio Robbie, o del guardián de las esencias en que se ha convertido el gran Levon Helm etc. etc. The Band siguen siendo un granero donde reencontrarme con docenas de canciones increíbles, sorprendentes, ricas ¡qué músicos tan privilegiados!, y ante todo, noche, fogata, whisky y buenas historias.



Stage fright no es mi disco favorito de la banda, o quizás sí, tampoco importa. Es el tercero en su carrera, el disco en el que empezaron a distanciarse unos a otros fruto del dinero, las drogas y los egos. A partir de ese momento, grabarían grandes obras, pero igualar el trío inicial Music for Big Pink-The Band-Stage fright, eso ya sería imposible. Un disco de congojas (Stage fright, la canción), bellas historias (Daniel and the sacred harp, cómo me emociona cuando le toca el turno de narrar a Richard Manuel, "the sacred harp was handed down from father unto son..."), canciones contagiosas (The shape I´m in), y ese carnavalesco estilo de hacer rock rural americano (Strawberry wine), y etc. Con Todd Rungren de ingeniero y Glynn Johns a las mezclas, Stage fright es una excusa como cualquier otra de entre los ocho discos oficiales de The Band, para volverme a sumergir de nuevo en ese inagotable palacio de oro.