martes, diciembre 01, 2009

GUÍA MICHELÍN

Admitámoslo, la Guía Michelín es tan influyente como coñazo si se te ocurre ojear sus páginas. Tan solo califica a los restaurantes con estrellas o tenedores, y no incluye crítica ni opinión, cero literatura gastronómica, cero pedagogía, cero emoción. El encanto de la Guía de las Guías es el mismo que el de un listín telefónico. Aunque en la Michelín lo importante no es el libro rojo, sino el hecho de saber qué restaurantes tienen estrellas, es decir, quién es y quién no es. El sarao montado hace bien pocos días a raíz de la concesión de las nuevas estrellas en la Guía 2010 es tan ridículo como inevitable. Los cocineros reniegan de ella en privado, pero saltan como mariposones si su restaurante pasa a formar parte de los elegidos. Triunfan los que suben estrellas, los que pierden alguna entran en una espiral decadente, y lo peor, todos los medios de comunicación le hacen la pelota a una guía que se ha convertido en el único y omnipresente criterio gastronómico planetario, algo difícil de concebir en otras disciplinas artísticas como la música o el cine. Da miedo tanta influencia, tanta uniformidad en los criterios, tanta genuflexión de todo el gremio. Da miedo que no haya quién les plante cara.