
La carrera de Pj Harvey es perfecta. No entiendo como a estas alturas alguien tiene prejuicios con alguno de sus discos. Háblame de su primera etapa hasta Rid of me, una fiera con ganas de sexo, sangre, líbido y menstruación guitarrera; háblame de To bring you my love, el disco que a muchos nos abrió nuevos paisajes, uno de los grupos de canciones más decisivos en mi vida; sigue con Is this desire, evolución lógica, loable, a reivindicar; luego con la sencillez y definición, la efectividad de Stories from the city stories from the sea, mi segundo disco de PJ favorito después de To bring you my love; Uh huh her, vuelve la rugosa menstruación, incómoda y retorcida desde la misma portada, con el gesto desagradable de Polly Jean; o White Chalk, su último disco, un cuento fantástico, brumoso, una novela de Jean Austen agitada con otra de Poe. Lo digo por eso, porque lo que esta mujer ha dado a la música en los últimos 15 años es impagable, y así me acerco a su segundo disco conjunto con John Parish, A woman a man walked by, con todo mi ánimo de lucro musical. Y estoy en lo cierto, es un disco que podría situarse en cualquier momento de la carrera de PJ, temas desafiantes, con la voz de la diva frotándote y escurriéndose en cuestión de décimas, como en A woman a man walked by / The crow knows where all the little children go, o tensas fábulas que te dejan un sabor de incierta congoja: Sixteen, fifteen, fourteen; o finísimos alambres melódicos por los que PJ se pasea temblorosa: Leaving California. En el abigarrado panorama musical de ahora mismo, pocos se van a detener en los tesoros de este disco, allá ellos, PJ Harvey sigue siendo la misma, y su segunda unión a John Parish ha sido una sabia decisión.