lunes, octubre 06, 2008

COMER EN NUEVA YORK

Comer en Nueva York es no hacerlo en la calle, por lo menos para llevar la contraria. Nueva York huele a comida por todas partes, y los puestos de inmundos shawarmas (shawarma: la segunda plaga más mortífera que ha sufrido la gastronomía mundial después de la comida rápida) y perritos calientes son el menú oficial del estresado ejecutivo del Downtown (con esos estómagos cargaditos no me extraña que Wall Street esté como está) y de tantos millones de urbanitas de la gran manzana. No, no comas en la calle, vete a Nolita y escoge bien tu restaurante, y no te olvides de indignarte de vez en cuando por el abuso de la propina, ese 20% obligatorio que has de dejar aunque te hayan tratado como una mierda. Tuve mis discusiones con un camarero por este asunto, pero lo hice como quién se pone en la fila para subir al Empire State, lo hice porque soy un guiri y debía comportarme como tal. Bien, puedes cenar de maravilla en Nolita o el Noho, o en cualquier restaurante que de fuera tenga buena pinta, ya sabes, si hace frío que destile calidez y recogimiento, si hace calor una buena terraza al estilo París, siempre un local moderno.
Si apuntas más alto, puedes detenerte en los restaurantes de una estrella Michelín, aunque aquí el riesgo es alto. La guía de las guías trata a los norteamericanos con una condescendencia que avergüenza. En Barcelona, pongo por ejemplo, tenemos al Alkimia, un reciente una estrella cuya cocina es original y milimétrica, cuidan cada detalle y aún así, te pueden entrar dudas de que merezcan ser premiados con una estrella, así de cara está la guía en España; mientras que en Nueva York, se premian a restaurantes como el Annisa, un una estrella que nos hizo enfadar. Es como si a un restaurante de esos monos y bien ambientados del Born barcelonés le dieran una estrella. Nos sirvieron bien, pero de segundo comí una maldita carne con habas que era una barbacoa de telefilm, solo faltaban los fritos y el hombre del Marlboro ¡y en los diarios decían que ese restaurante era una muestra de moderna y delicada cocina de influencias asiáticas! Salió rana y caro, carísimo por lo que daban, a pesar de que el salón iba lleno de gente bien con pinta de tener criterio. Sí, los una estrella de Nueva York no aseguran una velada destacable, aunque dos días después dimos en la diana con Jewell Bako, otro local estrellado que en Barcelona no lo estaría, pero que sin embargo sí merece un notable alto. Se trata de un diminuto restaurante cerca de la calle Bowery, a dos pasitos de la tienda de ropa que ahora ocupa el mítico garito punk CBGB (la tienda es de ropa rockera, y merece la visita, por sus precios astronómicos y porque han tenido la inteligencia de conservar gran parte de las roñosas paredes del antiguo club, de hecho, es fácil pasearte por el local e imaginarte a los jóvenes Ramones tocando Beat on the brat), bien, pues Jewell Bako es un restaurante japonés dedicado casi exclusívamente al sushi, y os juro que es el mejor sushi que he comido nunca, realmente espectacular, buen pescado y mucha variedad de makis, desde los tradicionales hasta verdaderas joyas comestibles, preciosidades que merecerían estar en un escaparate de Tyffany´s. Un local al que vale la pena ir, y si cuidas bien el tema vinos y demás, no te sale a más de 80 o 90 euros.
Pero todavía puede no bastarte con comer en la calle, meterte sushi al mediodía en Central Park o seleccionar un buen restaurante de una estrella. En nuestro caso, tuvimos la suerte de poder acudir a uno de los cuatro "tres estrellas" de la ciudad, el Jean Georges, en West Park Avenue, y aquí la cosa ya cambió, porque posíblemente Jean Georges tendría tres estrellas en Europa, por lo menos en Londres. Un local para revolcarte con la opulencia en su versión más cosmopolita, y por ello, menos hortera. Un menú calculadísimo, con una tartaleta con caviar que todavía saboreo y un memorable bogavante con gnochis, todos los platos con un toque ácido muy particular y mucha hierba como el eneldo. Esa noche la corbata me sentaba de maravilla, y luego fuímos a por un gin tonic al Sir Henry´s, el bar del Waldorf Astoria. Por supuesto que eso es disfrazarse de algo que no eres y que incluso rechazas, pero hoy día eso ya no me preocupa. Si tengo la suerte de poder ir a un restaurante así (en la entrada por cierto coincidimos con, estoy casi seguro, Bob Geldof, que entraba al hotel que alberga el restaurante en zapatillas, bastante ridículo), digo que si tengo la dicha de poder disfrutar de la mejor cocina y el mejor servicio seré un estúpido si no lo hago. La noche en el Jean Georges por cierto era la misma en que hubo el gran crack en Wall Street, el día 29, pero nada de eso se notaba mientras éramos felices en la mesa, aunque a la salida, el taxi que nos llevó al Waldorf estuvo rayándonos con que el país se iba a la mierda, y que millones de americanos se quedarían sin pensión. Y yo con mi corbata, tan guapo en busca de mis gin tonics, cállate taxista. Esta noche, cállate.

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