martes, abril 22, 2008

"CONFESIONES DE UN CHEF" Anthony Bourdain

Hoy he comprado el libro Confesiones de un Chef, de Anthony Bourdain, un reconocido chef de New York. El tipo explica con una gracia infinita sus aventuras, desventuras, revelaciones, desengaños, fobias y epifanías varias de toda una vida dedicada a los fogones. El mundo de la élite culinaria, y lo que uno ha de vivir antes de dar con la élite, visto desde dentro para disfrute de todo tipo de público.
Entiendo tantas de las cosas que le han pasado a este hombre, aunque a mi no me hayan pasado igual, pero las comprendo. Es gracioso que en las primeras páginas relate como cuando era niño, sus padres le llevaron a Vienne al restaurante La Pyramide (estamos a finales de los sesenta, La Pyramide era uno de los mejores restaurantes del mundo, sino el mejor). Bien, pues en aquella ocasión, hartos de que su hijo no parara de montar el numerito en los restaurantes franceses pidiendo hamburguesa con ketchup (Anthony Bourdain es americano, aunque tiene familia francesa), decidieron dejarlo con su hermano encerrado en el coche e irse a comer ellos solos. Y aquel día, a este futuro gran chef se le apareció, flash, el gran misterio de la cocina ¿Qué hacían sus padres ahí dentro? ¿Por qué él no podía entrar? ¿Era simplemente comer, o era algo más? Era el misterio de algo a lo que él no podía acceder lo que prendió la mecha. Y luego el libro nos cuenta otra epifanía, cuando poco después, en otro verano de vacaciones en Francia, el joven Anthony probó las ostras recién pescadas por primera vez. Vale la pena leer y releer ese momento de gloria, cuando a ese chaval se le abren mil puertas y de repente, la vida, el pasado, el presente y sobretodo el futuro, tienen todo el sentido. En aquella ostra viva cubierta de algas, sin sal ni limón ni ostias, Anthony vió la esencia de lo que quería hacer. Sabían a mar, eran el mar, y él quería ser chef.
Bueno, yo de niño fuí a La Pyramide, que en aquel entonces conservaba, creo, toda su fama, esta vez en manos de otro chef más joven, fallecido ya el hombre que la hizo triunfar, Ferdinand Point. Recuerdo, como siempre, que me vestían de florecilla del bosque (como los amigos empollones de Fidel, en la serie Aída), recuerdo mi cara de agobio, aunque no me la viera, y recuerdo que pedí un plato con langostinos, o gambas, o algún marisco que era el más caro de la carta, pero mi padre me dejó hacer. Si conservo buenas memorias de aquella ciudad, con el Rhone surcándola majestuosamente, la sala de trofeos y fotos varias dedicada al llorado Point y un postre mítico en nuestar familia, una piano maravilloso, pero piano de verdad, un jodido piano de chocolate que daba pena comértelo. Antes la gastronomía era más como las fallas de Valencia, pianos de chocolate, platos ampulosos y espectaculares, ahora las croquetas tienen líquido por dentro y se cocina con nitrógeno.
La verdad es que mi vida y la de Anthony Bourdain se parecen solo en que los dos fuimos a La Pyramide en nuestra infancia, porque luego él aprendió a amar la cocina y yo la odié a partir del día en que mi bienintencionado pater decicdió meterme al tajo en vacaciones, a pelar patatas, docenas de cajas de canónigos, cogollos, langostinos, rovellons etc. Supongo que mi epifanía particular fué darme cuenta de que lo que yo deseaba no era cocinar, sino comer, simplemente comer.