viernes, abril 01, 2011

DOWNTON ABBEY


Sé perfectamente lo que siente uno de los mayordomos de la serie Downton Abbey, cuando se ve obligado a trabajar al servicio de alguien, el joven abogado Mr. Crawley, que, con una visión más moderna de la vida dice no requerir de sus servicios. Vestirme ya me visto yo, servirme el té ya me lo sirvo yo. Pero para ese mayordomo, servir el té es mucho más que un trabajo pasado de moda, es dar un sentido a la vida, es casi el derecho a existir. Cuestión de dignidad. La limpieza de los candelabros, las vajillas, el cuidado en las formas, la ligera inclinación en el saludo de un lacayo son en Downton Abbey una metáfora de la vida. Jerarquía y cálculo, diferencia. La historia se sitúa, como en el caso de Mad Men, en una época en la que se anuncia un cambio. Con Mad Men, los felices cincuenta y la vida del sueño americano y los melodramas coloridos de Douglas Sirk están dando paso a la contracultura y los hippys; en Downtown Abbey, familias de rancio abolengo como los Grantham (la inigualable abuela Grantham no sabe sentarse en una silla de ruedas de despacho, ni sabe lo que es dividir la semana en días laborables y fines de semana), tienen los días contados ante el avance de la modernidad. Siete capítulos como siete soles, Downton Abbey es una maravilla. Adorables seres humanos como Mr. Bates, y despreciables hijos de puta como Thomas. La vida en las dependencias de servicio en paralelo a la de los señores de la zona noble. Guiones que sacan petróleo de cada personaje, cada conflicto, cada detalle, cada secreto.