jueves, marzo 11, 2010

"MI VECINO TOTORO"

Hay veces en que un director sabe que tiene entre manos una escena genial, y entonces se dedica a moldearla, alargarla y disfrutarla como quién masca un chicle sin parar buscando un nuevo milímetro de sabor. Esta es mi escena favorita de Mi vecino Totoro, maravilla que debería estar (y para muchos de hecho, lo está) a la altura de un Toy Story como película de animación decisiva en los últimos 25 años. Las dos niñas protagonistas esperan a su padre en una parada de autobús en medio del bosque y, entonces, aparece la magia. Todo sin sobresaltos, subrayados o efectismos, como si en la vida pudiera, efectivamente, existir un autobús que fuera gatobús. Hayao Miyazaki es un artista de las emociones en su versión más sencilla y pura. Viendo Mi vecino Totoro te das cuenta de que la vida tiene demasiadas capas, y que todo en realidad puede ser más ligero, bonito y auténtico. Yo que al ver esta película de 1988 no siento más que envidia por estas dos niñas con un padre tan bueno, una vida en la naturaleza, las risas y los juegos, el sutil despertar del amor, y la magia de Totoro, que no es sino la parte buena (he repetido "bueno" tres o cuatro veces, pero es que esta es una película sobre cosas "buenas"), alegre y misteriosa que todos tenemos dentro. En navidad les regalé la última obra de Hayao Miyazaki, Ponyo en el acantilado, a mis sobrinos trillizos, y sus padres me dicen que les gusta; bien, pronto les caerá Mi vecino Totoro.