jueves, octubre 23, 2008

GRATEFUL DEAD: "ROCKING THE CRADLE: EGYPT 1978" (2008)


Solo unos hippys subidos in eternum a una nube de maría podían soñar y hacer realidad la locura de trasladar a todo un equipo de docenas de personas, material, iluminación etc. a las pirámides de Giza para actuar en el lugar donde según ellos, las milenarias piedras de las dinastías egípcias combinadas con la música crearían un ambiente cósmico inenarrable. Los hippys eran los Grateful Dead, quienes en una de sus etapas doradas, decidieron arriesgar un montón de dinero para trasladarse a Egipto y realizar tres conciertos memorables. Jerry García, el alma de los Dead, tenía esa mezcla en su cabeza: Egipto y Grateful Dead, y no paró hasta conseguirlo. Ahora, treinta años después, se edita una recopilación de aquellas actuaciones, en otra más de las maravillas de esta banda que periódicamente salen a la luz. Yo lo compré en Nueva York el mismo día que salió, impacientísimo, aquí en Barcelona todavía no lo he visto, y solo por lo cuco de la presentación ya vale la pena tenerlo. Pero la música... Para que os hagáis una idea, los roadies de los Dead se encargaron de conectar un micro a la cámara central de la pirámide de Keops, para registrar el ambiente mágico y trascendental que allí se respiraba y mezclarlo luego en la mesa de mezclas con el sonido de los Dead en directo, actuando delante de la pirámide. Bien, te aseguro yo que todavía no he oído la respiración del faraón en esta grabación, pero la música de los Dead sí respira como nunca. Solo por canciones como Candyman, Row Jimmy (con una slide de Bob Weir que lo reivindica como mucho más que la guitarra rítmica de Jerry García) o Stagger Lee, ese sonido, la voz de Donna Jean Goldchaux (y su imagen hippy perfecta, como apreciamos en el DVD que se adjunta a los dos cd´s), la guitarra sideral de Jerry García metiéndose por debajo de la piel. Esto es música superior, debes entenderla, saborearla y amarla.

DE LA DECADENCIA DE LAS PANADERÍAS

Me apetece hablar de panaderías. Quiero decir que las panaderías ya no son lo que eran, tomároslo como una metáfora de saldo sobre la sociedad en crisis de valores y crisis económica. Pero las panaderías ya no molan. Antes, salía del cole y dos veces a la semana mi madre me llevaba a una panadería típica de entonces: un recinto aséptico, serrín untado en el suelo y paredes blancas con algún poster mostrando la pirámide alimentaria, y un mostrador con pan, tabletas gigantes de chocolate, ensaimadas y croissants (o cruasanes); luego llegaron los donetes y eso fué mi perdición, me hice más "comercial", pasar de la tableta de chocolate a palo seco -te la cortaba la panadera, ¡clac!- y el cruasan artesano a los donetes fué como si Dylan le concediese una entrevista a Fernandisco. Me vendí. Y ahora esa panadería ya no está, esa vieja tienda donde el avance más radical en años fueron los donetes y la Loto Ràpid. Eran las mismas panaderías que las de nuestros abuelos, locales para conversar, socializarte antes de la era Facebook y llevarte ¡encima! una barra de pan (nada de baguette) a casa. Pero ahora ya no queda nada de eso. Las panaderías míticas se han largado al tercer mundo, o al séptimo cielo, y en su lugar aparecen las grandes cadenas, los verdaderos enemigos del ciudadano después del bicing y el alcalde Hereu. Pasad un día por una panadería de la cadena Dino Pan. Dino Pan, ¿qué coño es eso? Locales absurdos: paredes verde quirófano, madera mala en la parte inferior, fotografías en blanco y negro por la pared (?), cuatro sillas para que lo peor de la sociedad se tome un café y el cartel de la entrada, una horterada ilimitada donde, por supuesto, un simpático dinosaurio nos da la bienvenida, o el mal de ojo, según se mire. Las panaderías antes eran algo serio, rancio abolengo, y no esta broma. En serio, Dino Pan es el Lidl de las panaderías, te juegas la salud: mejor ni mires lo que tienen expuesto, esos croissants de chocolate y serrín te mirarán y te pedirán agónicamente que los mates. Los Dino Pan posíblemente sean una avanzadilla electoral de Bin Laden o de la iglesia de la cienciología, cara a las próximas elecciones municipales, yo no entro en el de mi barrio ni que me maten, no hagas tú lo mismo. Luego encontramos a la reina de las cadenas panaderas, el monopolio más insultante que vive nuestra ciudad: La baguetina catalana. En este caso, el creador de tamaño despropósito ha creído que unir el concepto panadería del Bronx tipo Dino Pan con el colmado Spar-paki, sería una idea genial. Por eso ha llenado la ciudad de locales Baguetina Catalana (incluso en el Paseo de Gracia, acabáramos), donde nos recibe un triste empleado y dos tristes ancianos que a penas pueden levantar el donut del plato. Puedes comprar agua, zumos y Coca-Cola, un insulto para cualquier vieja panadería de siempre, seguro que pronto podrás recargar el móvil y comprar bombillas de bajo consumo. Y por supuesto, no esperes esa comunicación rural de las panaderías de antaño, en el Dino Pan y la Baguetina de mi barrio nadie quiere saber nada de nadie, no hagas preguntas, cómete el chucho y lárgate. Las panaderías ya no son lo que eran, y ni siquiera cadenas con pretensiones como El Molí Vell (que tienen una tienda preciosa debajo de Tallers) o el Fornet d'en Rossend se escapan de este panorama amorfo y sin personalidad. Luego acabas comprando el pan en el Consum, y entonces te sientes como una mierda. Buenas panaderías quedan está claro, Barcelona-Reikiavik por ejemplo es otra cosa, pan de mil sabores, grumoso, denso, de ese que dura, un local perfecto, industrial, y unos tipos simpáticos que te informan de todo lo que te vas a llevar. El pan lo hacen ellos mismos y el negocio les funciona, prueba de que quién lo hace bien, recibe su recompensa. Están cerca del MACBA, siempre hay gente.