jueves, octubre 27, 2016

CATALUNYA DIACRÍTICA


Lo que llevo peor de alguna gente es cuando se hacen los ofendidos. Esa cara de indignación después de cualquier comentario inocente. La falta de sentido del humor. Esa forma tan vegana de tomarse en serio a uno mismo.

Ahora mismo, la cara de Catalunya es la de quién se ofende con tan solo darle los buenos días. Todo, absolutamente todo, es material para que nos sintamos profundamente ofendidos. Ya somos un pueblo con cierta atracción por lo rancio, pero últimamente se nos está poniendo cara de ama de llaves de Rebeca, gesto de leche agria, por cualquier cosa. Una estatua del caudillo en el Born, que ahora resulta que es más sagrado que el puto pueblo de los elfos, cualquier declaración de chichinabo de políticos irrelevantes tipo Ibarra, un improbable regreso de los toros, o cosas como la lengua y sus acentos.

La ínfima reforma ortográfica sobre los accents diacrítics (com gosen!) ha sacado de nuevo al balcón a las maríes de esta país, indignadas por una ofensa que pone en peligro nuestra lengua y nuestra integridad. Por lo que a mi respecta, cualquier reforma que racionalice una lengua caprichosa como el catalán me parecerá siempre bienvenida. Pensaba que queríamos que hablaran nuestro idioma cuantas más personas mejor, pensaba que las lenguas están para abrirse a la gente, no para cerrarse en polvorientas normativas.

Hubo un día en que alguien le echó bicarbonato y Fortasec a la independencia, hubo un día en que preferimos avanzar poniendo cara de señora indignada en la cola del súper, hubo un día en que se perdió el optimismo, y con ello el discurso, y con ello la paciencia y la distancia. Ahora nos toca vivir la Catalunya del señora yo iba antes que usted. Y así estamos, en la cola.

domingo, octubre 23, 2016

CUANDO TIENES 20 Y 40, Y CUANDO ESCUCHAS A BOB WEIR


Hay dos edades con connotaciones particularmente imbéciles en la vida. Cuando eres joven e intentas acapararlo todo, ópera, country y death metal, y estás al día, radicalmente al día, y no hay novedades musicales suficientes en tus orejas, y pontificas sobre cuál es el puto mejor disco del año. Ah, la potencia absoluta de la juventud nos conduce a las idioteces, pero qué potencia, que jodida energía, y qué placer saber que el mundo és torpe y viejo, y que nadie llora ni ríe como tu.

Después pueden llegar un par de décadas de cierta estabilidad, la vida te pone en tu sitio y todo eso. Pero  partir de los cuarenta te vuelves a crecer, de repente recuerdas que nadie sabía como tu, y vuelves a acaparar discos y novedades como si no hubiera un mañana. Montas la banda que deberías haber montado veinte años atrás y tocas el cielo. Te ves más atractivo y capaz que nunca. Sexualmente te rescatas de la papelera y, a ratos, vuelves a querer comerte el mundo otra vez.

De todo esto, y de nada, pienso y escribo mientras escucho un disco que tantos de vosotros no entenderéis. Bob Weir y este Blue mountain te conmueve desde el primer tema, con un sonido de aire y tierra; mierda, estas canciones no se las prestaría al mejor de mis amigos. No quiero que las maltraten, que no las entiendan, no quiero otra cosa que silencio, silencio, silencio, escuchar los doce temas mientras busco en el rostro de la vejez perfecta de Bob las respuestas y las preguntas. Mientras vuelven recuerdos y renacen deseos. Mientras los dos imbéciles, el de 20 y el de 40, dejan de reclamarme su lugar en mi historia.

La vida que vivo empieza y acaba cada día, sin mucho ruido; el dolor persiste, pero mi hija duerme, y las cosas están bien. Bob Weir ha grabado un disco que es una totalidad, un estado de ánimo y un sonido, desde ya, inolvidable.

domingo, octubre 16, 2016

TRENES Y AMORES QUE NUNCA VOLVERÁN


Grabado durante un largo viaje en tren, el disco de Joe Henry y Billy Bragg es un disco de trenes, o lo que es lo mismo, canciones de historias en tono sepia, de personajes y de despedidas.

No sé si el mundo tiene que ofrecernos muchas grandes canciones ya, ni sé si me interesará mucho escucharlas. Recuperar lo que otros compusieron y reconectarse con los primeros alientos de la música, del country, de las historias con guitarra, tiene sentido. Al segundo tema, The L&N don´t stop here anymore, ya sabía que este disco era mío, y que estas canciones me pertenecían, y que las puedo utilizar cuantas veces quiera para volver y para desear, que es para lo que sirve la música.

Me alegra que uno de los artífices de este Shine a light sea mi admiradísimo Joe Henry. También me alegra que yo, gastado y descreído, pueda muscular el alma con discos maravilllosos sobre trenes, y sobre amores que nunca volverán, o que quizás nunca estuvieron allí.