martes, diciembre 30, 2008

EXCESOS Y LOTES

Auguro que los excesos navideños irán quedando atrás. Da la sensación de que el mundo hoy es tan amplio, y nuestra atención tan diversificada, desde la pantalla plana hasta internet, el facebook y mil millones de inventos más, que en navidad ya nadie se obsesiona por la mesa. Yo por lo menos me he negado a untarme el estómago a base de canelones, capón y carn d'olla, por qué no hacerlo en febrero me pregunto, o por qué no hacerlo, simplemente. Y aún así he caído enfermo un año más, supongo que los dioses me concedieron un apetito de elefante en un estómago de ratón, o al revés. Pero no creo que hayan tantas familias que se reúnen en la mesa el día 24 o 25 y comen hasta reventar, creo que hay más cultura y como digo, nuestra atención no está solo en la comida. En tiempos de blanco y negro la comida lo era todo: signo de opulencia y de ocasión especial, la comida era la medida de tu ética, tu señorío, y en navidad había que lampar hasta la muerte, sin embargo ahora mejor acabar pronto, facturar a la abuela a la residencia y jugar a la Wii.
Pero sí hay un reducto donde todavía perviven las viejas navidades (dejando de lado el Gordo -¿veis esa obsesión por la comida?- el Niño y demás), esas navidades de llenar gaznates como si fuéramos ocas, me refiero al desagradable mundo de los lotes de navidad. Que se jodan los lotes. Millones de occidentales nos llenanamos la boca con nuestra modernidad social via facebook pero luego aceptamos llevar a casa esas pesadísimas cajas, regalo inútil de nuestros jefes, a quienes seguiremos odiando porque, 1- El lote es una mierda, y en el caso de que no nos lo den, 2- Que agarraos que no dan lote. Bien, aceptemos que nuestros jefes no tienen ni idea de marketing emocional, y que creen que con una caja llena de turrones nos van a mantener contentos. Aceptemos que llegamos a casa, un año más, con el maldito lote. Desenvolvemos, abrimos ¿qué hay? Un montón de productos inútiles que van a reducir nuestra ínfima cocina a la mitad: montones de turrones que no terminaremos ni siquiera abriremos, espárragos, conservas, vino, cava, vodka... Vale, no suena del todo mal, pero y esa ínfima calidad ¿donde está nuestro orgullo?: vinos de bodegas que solo deben conocer en Armenia, cava de peor guisa que aquellos entrañables Rondel Oro Rondel Verde de nuestra infancia, Limonchelos y vinos finos de duro pelaje y peor gusto, cantida y cantidad, nula calidad. Cuántas casas invadidas por latas de espárragos y conservas Dani, berberechos, escupiñas, cuántos kilos de polvorones desbordando nuestras despensas a la espera de que algún día sirvan de cemento o yeso para fracturas de fémur. Los lotes navideños son los restos de aquellas navidades donde lo importante era irte a la cama con la panza redondita, como si llevaras un balón escondido debajo del jersey. Por supuesto, a pocos empresarios se le ocurrirá gastarse el mismo importe de un lote tradicional en una sola botella de vino decente, un buen vino, para cada empleado. En este país sigue primando la cantidad sobre la calidad, como prueba esas cenas de navidad con la empresa: nadie se rasca mínimamente el bolsillo para, por lo menos, evitar que te envenenen cuatro cocineros del este con sus bistecs con patatas a precio de saldo y ese vino más corrosivo que la sangre de un alien. Comer mierda, pero por lo menos, mucha mierda.