domingo, diciembre 07, 2008

EL ENEMIGO INTERIOR

Me fascina el poder de autodestrucción del ser humano. El enemigo, en la mayor cantidad de ocasiones, somos nosotros mismos ¿Alemania fue derrotada por los aliados o fue el enemigo interior del propio Hitler, que le inyectó esa ambición suicida que llevó a la nación hacia desfiladero de la perdición? Me fascina la historia de Nicolae Ceaucescu, el dictador comunista rumano, ambicioso y tontaina, cruel, otro a quién su enemigo interior le puso una venda en los ojos, mientras le susurraba al oído que Nicolae, el pobre Nicolae, era grande, el Mao Tse Tung europeo y que con él todo sería posible en Rumanía; pero cuando Nicolae se sacó la venda, delante suyo tenía un país hambriento que pedía su cabeza. Murió fusilado al lado de su mujer (aquella Elena Ceaucescu -otro ser fascinante- a quién las universidades, obedientes a las órdenes de la dictadora, otorgaban títulos y doctorados de química, adjudicándole la autoría de libros de referencia mundial que ella no había escrito, porque Elena sabía tanto de química como Don Pinpón), y entonces vimos por la tele a Nicolae Ceaucescu gritando, demente, ante el pelotón de fusilamiento, que sus hijos, su patria, le habían traicionado. Pero era su enemigo interior el traidor, el que le puso la venda en los ojos. Hoy leía un artículo en La Vanguardia sobre la duquesa de Alba. Mirarla en fotografías recientes, anciana, en silla de ruedas, al lado de un maromo que quiere casarse con ella y que ni la mira, mientras sus hijos se tiran de los pelos por no poder impedir semejante carnicería con el buen nombre de los Alba, es darte cuenta de que la buena Cayetana, aunque senil, tiene un enemigo interior que trabaja a destajo para hundirle lo que le queda en este mundo, haciéndola vivir en una procesión decadente retratada por miles de flashes, un cuadro negro de Goya, una romería donde ella es el monstruo de feria que poco a poco, se pudre. O el enemigo interior de la reina Sofía, ese enemigo que le aconsejó que respondiera a las tendenciosas preguntas de una lagartija disfrazada de periodista, para que toda España lea después en su libro (el de la lagartija) que la reina no aprueba los matrimonios gays y que (lógico por otro lado, de lo contrario no sería reina) es muy muy conservadora etc. etc. La reina debía ser de los pocos personajes públicos que había conseguido acallar las voces viperinas de su enemigo interior, y por ello todos estos años se había mantenido serena y correcta (y nada campechana, que para eso ya está su marido), pero doña Sofía no pudo contenerlo más, y su enemigo interior le saltó a la yugular ("deja que te hagan esa entrevista, reina, ya verás..."), para hundirle un poco estos plácidos días de otoño-invierno. Medio país la ha criticado, y yo ya no la tengo presente en mis oraciones. Que se lo agradezca a su enemigo interior.