lunes, junio 23, 2014

MI HABITACIÓN DEL RENCOR

Soy rencoroso. Creo en el rencor como algo agradable y necesario. ¿Qué castigo sino propinar a los gilipollas, a los que te hacen daño, o a los que imaginas que te hacen daño, si no crees en la violencia, o en estar todo el día rajando de los demás?

El rencor, mi rencor, es un lugar que no comparto con nadie. Una habitación oscura y fría en la que puedo pasar mucho tiempo. Maravillosas personas tienen o han tenido todo mi rencor, pero no lo saben. Me lo cocino a mi manera, y no sale de mi. El rencor construye bellos castillos de odio, que duran un tiempo y luego, normalmente, se desvanecen. El rencor me da no pocos dolores de cabeza y de corazón, pero está ahí, no puedo desearle a todo el mundo flores y sol. Necesito mandarlos a tomar por culo si creo que se lo merecen. El precio que pago es muy alto, porque me lo quedo todo para mi. No me gusta criticar, ya he dicho que no soy de los que están rajando todo el día. Solo necesito mi pequeña habitación del odio. Lo que se cuece ahí dentro no lo sabrás nunca, aunque no creo que te importe.

El rencor refuerza ciertas aristas de la autoestima, agudiza la creatividad, hace hervir el corazón de cosas y de sentimientos. El rencor está ahí, manéjalo bien. Si cuidas bien tu habitación del rencor, cuidarás también tu capacidad de amar a los demás. Sin rencor no hay amor ni salvación. El camino se tuerce, y hay que alimentar a la bestia. A cada persona que he amado, le he dedicado alguna estantería en la habitación del rencor. Me compensa.