Vigilar que no nos muevan las vallas, tratar de ampliar el campo, no hacerlo más pequeño. Buscar los puntos que nos unen (y hay tantos, uno de ellos: la sentencia de los imbéciles -no, no merecen que les llamemos "manada", igual que aquel asesino y violador de Galicia no merecía que le llamáramos por su apodo de "el chicle", tan graciosillo y condescendiente) y construir puentes seguros que nos permitan, luego, abordar los temas que nos separan.
Ayer pensaba que la sentencia, si era como todos esperábamos, podía salvar muchas vidas en el futuro; hoy me siento indignado, claro, y asustado por tantas chicas que ahora están más desprotegidas ante posibles violaciones (que horror cuando el sistema, que debería protegerte, te da la espalda); la justicia ha perdido una oportunidad ya no de ser justa, sino de salvar vidas. Todo es muy perverso, y las sutilezas machistas que se esconden detrás de la sentencia son terribles. Y hoy somos un poco menos libres que ayer, que ya va siendo la tendencia en estos últimos tiempos.