jueves, octubre 14, 2010

BLACK SABBATH: SEVENTH STAR ERA, REINA EL CAOS


¡Se reeditan a todo lujo los imprescindibles Seventh Star y The Eternal Idol de Black Sabbath! Ante este pedazo de noticia pocos levantarán su culo y pasarán por caja en Amazon o Revolver; yo, quizás tú que estás leyendo esto, y algún otro monguer. Quiero decir, Seventh Star y The Eternal Idol pertenecen a la peor etapa de Black Sabbath, mediados los 80, sin Ozzy, sin Dio, ni siquiera con Gillan, lo peor. Ambos son discos que representan a un hombre, Tony Iommi, en la encrucijada ¿Sabes lo que es salir de una empresa triunfadora y tenerte que buscar curro aunque tu currículm sea inmejorable? ¿Estarías dispuesto a trabajar en otra empresa de menos éxito, donde te pagan peor, has de vender tu otrora insobornable talento y trabajar con personas que en otra época te habrían traido los cafés? Bien, pues en ese punto estaba Iommi, guitarrista fundador, genio de Black Sabbath en 1985. Quería pero no podía. Había vuelto de una larga gira con Ian Gillan como vocalista, la gira del escenario de Stonehenge, que recorrió arenas de Europa y Estados Unidos y le permitió seguir viviendo como una estrella, pero que a la larga, representó el principio del fin. El experimento Purple-Sabbath, con un Gillan que pensó que cantar en Sabbath tan solo consistía en gritar hasta desgañitarse, un disco incomprendido en su momento, Born Again, y unos fans histéricos porque se las venían venir, se convirtió pues en un acuse de recibo. Despierte sr. Iommi, despierte. Y despertó, en el Live Aid, con esa momentánea reunión de los Sabbath originales, y algunos infructuosos contactos para intentar traer al exitoso Ozzy de vuelta al redil.


Finalmente Iommi se tomó su tiempo, todos abandonaban el barco menos él, así que contrató al pequeñín Eric Singer a la batería, quién ya empezaba a hacer de las suyas en el mundo de los contratos temporales, a Dave Spitz al bajo y a Glenn Hughes, leyenda ex Deep Purple a las voces. En un principio pretendía grabar un disco en solitario con distintos cantantes, pero cambió de idea, y le dio a Hughes toda la responsabilidad. La compañía de discos, con Don Arden (el padre de Sharon Osbourne) a la cabeza, le presionó para que el disco fuera de Black Sabbath, así que finalmente, tenemos ese extraño producto llamado "Black Sabbath featuring Tony Iommi", más vendible que un simple disco en solitario. El resultado es miel para los oídos dispuestos a sumergirse en un baño turco de teclados, guitarras livianas y atmósferas propias de la época. Hay canciones grandes, mayores, como In for the kill, power ballads muy resultonas, No stranger to love, y un buen grupo de temas que gustan si tienes paciencia, Angry heart, Sphinx... un metal muy atmosférico, como digo, y un resultado en general digno, atractivo, aunque de menor enjundia que los dos discos que vendrían después, todavía en los 80, el implacable The Eternal Idol -donde Iommi recuperaría la garra en los riffs- y Headless Cross, los dos con el aplicado Tony Martin a las voces. Los temas de Seventh Star no tienen riffs memorables, la pasión la pone Glenn y sus privilegiadas cuerdas vocales, pero como digo, es un buen disco.



Las cosas más o menos iban encaminándose para Iommi, así que era el momento de emprender un nuevo tour. Para esta ocasión Iommi se dejó de grandilocuencias y monolitos e hizo diseñar un escenario que era... ¡grandilocuente otra vez! El montaje se dividía en dos decorados, a la izquierda aparecía una vieja ciudad, de corte medieval, y a la derecha otra futurista, ambas estaban unidas por una pasarela encima de la cual se situaba la batería y los teclados. Iommi quería expresar nosequé pollas de la evolución del tiempo y el ser humano, y como siempre, hizo el ridículo. Los primeros conciertos significaron varias cosas, una que nuestros amigos del averno (cuatro más el Casper de la saga Sabbath, Geoff Nichols, siempre presto a echar una mano en los teclados y a no salir en las fotos) ofrecían unas pintas dignas de Carmen de Mairena, maquillados y aseados con las mejores pintas, que los pabellones estaban ligeramente más vacíos, que Tony tocaba bien, como siempre, y que Glenn estaba... perdido. Los seis primeros conciertos de la gira Seventh Star de 1986 son una de las experiencia más vergonzosas a las que puede asistir un fan del metal. Glenn Hughes no da con ninguna nota, la voz le chilla, en escena está descolocado, pesado y patoso. Borracho y yonqui en suma, aunque él se justificó diciendo que antes del primer concierto tuvo una pelea con alguien del equipo de management y recibió un puñetazo en la nariz que le fastidió la voz. Tonterías, Glenn pasaba por un momento dramático, y si coges cualquier bootleg de estos seis primeros conciertos (Cleveland, Detroit), o el video de Detroit, asistes ojoplático al hundimiento de un vocalista inigualable.


(Formación Sabbath recién despedido Glenn Hughes, con Ray Gillen)

En los últimos temas de cada uno de esos conciertos, el propio Geoff Nichols, nuestro Casper el fantasma bueno, tenía que ponerse al micro, y cantar las canciones, mientras Glenn se balanceaba y trataba de balbucear algo con sentido. Naturalmente que Tony ya lo veía venir y desde el inicio del tour contrató los servicios de Ray Gillen , entonces cantante desconocido (posteriormente en Badlands, y fallecido a principios de los 90 víctima del SIDA), quién pasaba el rato en el autobús de gira a la espera de que Glenn se desplomase ya totalmente y él ocupara su lugar. Al séptimo concierto, Tony ya tuvo suficiente, echó a Glenn Hughes y el tour continuó hasta el final con el hábil Gillen, cuyo futuro en Sabbath sin embargo no daría para mucho más (grabó The Eternal Idol entero, pero Iommi lo despidió por ir demasiado sobrado, entró Tony Martin y regrabó las voces del disco, pero eso es otra historia, algún día hablaré de The Eternal Idol). Al cabo de los años, cuando ya nos hemos acostumbrado al actual Glenn Hughes hiperactivo, sobrado de cualidades, mucho más en forma que tantos otros de su generación, nos cuesta ver a ese Glenn más parecido a un patético Liberace encocado, que con Black Sabbath dió lo mejor, o casi, en el estudio con Seventh Star, y lo peor en aquellos bochornosos conciertos de los cuales os incluyo aquí algún video. Un periodo loco, fascinante. Ya no habían más Paranoids, Masters of reality, ni Mob Rules, pero la música de los Sabbath post Dio siempre me ha parecido dramáticamente infravalorada. Nunca es tarde para (re)descubrirla. Black Sabbath da para toda una vida ¿verdad?