miércoles, diciembre 03, 2008

¡FRANKENSTEIN CONTRA EL HOMBRE LOBO!


Pasándomelo en grande la otra noche mientras miraba por el dvd portátil, tapadito en la cama, una de esas maravillosas reliquias de la Universal: ¡¡¡Frankenstein meets the wolfman!!! Reconozcámoslo, para cuando se rodó esta película (1943), la productora que alumbró las obras clásicas de Tod Browning, James Whale, Bela Lugosi y Karloff estaba en decadencia, y solo se les ocurría mezclar personajes antaño exitosos sin ton ni son, como en este caso, el Hombre Lobo (interpretado esforzadamente por Lon Chaney hijo) y un monstruo de Frankenstein (no lo encarnaba Boris Karloff) bastante ridículo, que camina como lo haría un borracho en la guardería del Ikea, zona de pelotas de goma. A los pocos años, la Universal vendería los derechos de sus criaturas clásicas (Drácula, Frankenstein, Hombre Lobo...) a los ingleses de la Hammer, y el terror renacería a lo grande con los films de Terence Fisher, Peter Cushing, Cristopher Lee y compañía.



Así, Frankenstein meets The Wolfman es un film malo pero entrañable, con una buena atmósfera y todos los tópicos que son deseables: dos vagabundos que abren una tumba que no deberían abrir y lo pagan con su vida, los habitantes de un pueblo acudiendo en tropel, antorchas en mano por supuesto, a la guarida del Hombre Lobo para ajusticiarlo, la taberna donde el forastero no es bienvenido... Sniff, cine de primera.

MALDAD

El niño que permanece de pie en clase cuando los demás están sentados y que luego no te sabe explicar por qué lo hace. El niño malvado no hace lo que le dices que haga, interrumpe, es egoista, inoportuno y entorpece el crecimiento intelectual de sus compañeros, y luego cuando le pides explicaciones te mira con cara de nada, no tiene conciencia de haber pegado a ese, o haberle robado los lápices al otro, de haberte reventado la armonía de la clase. A mi siempre me dan miedo y claustrofobia las personas que no tienen cargos de conciencia y hacen el mal sin reparar en ello, son los peores engrendros porque o no creen en nada o simplemente creen que lo que hacen está bien, pero esos son adultos; la maldad de un niño (y en cada clase hay dos o tres malvados) no es "mala" en sí, sino que responde a una carencia, como si le faltara una pequeña pieza en su mecanismo que le impide encajar en el puzzle social que forman los demás niños. El niño rebelde, egoísta, insoportable, malvado, no puede encajar en el mundo y eso le jode, y por eso grita, empuja y va a la suya, porque busca deseperadamente una salida. De mostrarle la dirección correcta, sin castrarlo, sin que renuncie a su fuerza, a su rebeldía, de eso trata mi trabajo. Ser malvado a los siete o diez años debe leerse como un aviso de que esa persona es especial por alguna razón. Ser malvado a los treinta o a los cincuenta es ser un cabrón.