lunes, octubre 20, 2014

LA PANZA DEL COCINERO


Hay algo un tanto siniestro en un cocinero que no está gordo. Antes, la imagen del cocinero clásica era Paul Bocuse, gordo afable, monumental, francés hasta les cheveux. Él fue cocinero más importante y mítico de la Tierra hasta que el de Roses le robó la eternidad y el futuro.

Recuerdo cuando de niño, mis padres nos llevaron a mi y a mis hermanos a Paul Bocuse, el restaurante, cerca de Lyon. Ya entonces, la casa de comidas más mítica del mundo era un recuerdo de tiempos mejores, pero el mito seguía allí, y de hecho, algún amigo ha ido recientemente y me confirma la experiencia como algo emotivo y reivindicable. Recuerdo la emoción de mi padre, -aunque él ya había ido más veces antes- contagiosa, quería mostrarnos algo importante, el origen de todo, y estábamos de los nervios.

Aquel fue un gran día. Yo solo esperaba y esperaba, hartándome a pan y mantequilla, a que Monsieur Bocuse apareciese y pudiera ver por fin al dios del cual hablaban las guías y mi padre. Finalmente, al terminar la cena, apareció el Obrero de Francia, impecable, y pasó junto a nuestra mesa dedicándonos un gesto cortés y breve. Nada más. Rockstar total.

Era un hombre inmenso, con su medalla en el cuello. De Gaulle revisando a las tropas. Era Francia, y era una gastronomía intocable, a un nivel espacial. Ahora todo ha cambiado, claro. Pero no tengo ganas de hablar de lo que cambia o de lo que no. Simplemente que viendo el estilo de muchos chefs actuales (según leía hoy en El País), siento nostalgia por las panzas de Bocuse, Monsieur Pic, y otros mitos de la cocina del pasado.