Una lluvia muy fina no se atrevía a dejarse caer por Barcelona esta noche. Hemos cenado en El Japonés de El Tragaluz, nuestra vez número cuarenta o cincuenta como mínimo. A veces no se trata de que el restaurante sea mejor o peor, a veces se trata de ir al lugar donde sabes que hay un alto tanto por ciento de probabilidades de que te den lo que deseas, sin sustos, con los ases en la manga, ni más ni menos. Igualmente, El Japonés es uno más de nuestros recursos habituales. Un decorado funcional, público pijomoderno de diversas generaciones y mucha mucha gente siempre. Hubo un tiempo, hace algunos años, en que íbamos cada domingo, cada maldito domingo durante meses. Ellos ni nos conocen, ya se sabe lo que es hoy en día un restaurante céntrico y globalizado, camareros van y vienen, corrección y punto. No les pidas trato familiar, no les pidas que te recuerden de un día para otro. Te sirven rápido, pim pam, y no te das cuenta y ya estás pidiendo la cuenta porque no sabes qué coño hacer, más a sabiendas de que no hacen cafés, sin duda les compensa no tener a los clientes de sobremesa cafetera, largarlos pronto y repetir la mesa cuantas más veces mejor. El signo de los tiempos. Negoci, tu.
Siempre preferiremos el Shibui, o por supuesto el Shunka del Gótico, pero El Japonés escuece menos en el bolsillo y en fin, supongo que cuando cumplamos nuestra comida número 100, nos regalarán una piruleta.
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