Es probable que te encuentres en la vida con estos momentos: Tienes delante a tu hijo, o a tu nieto, y el pequeño te pide, ansioso: papá (o abuelo) necesito introducirme en la magia de Grateful Dead, ¿qué me recomiendas? Bien, aceptando que eso no va a ocurrir, y que es difícil que tu futuro nieto te pida info sobre Jerry García y los suyos, recomiéndale, ahora mismo, esta noche, el triple directo Live at Cow Palace, New Year´s Eve 1976. Qué testimonio. Una banda que directamente eran capaces de todo, digo yo que hasta que la E Street Band explotó entre el '77 y '78, no había banda más sobrada en los USA que los Grateful Dead. Este concierto es una más de las ceremonias interminables que oficiaban cada fin de año, esta vez en el feo e histórico pabellón de San Francisco, el Cow Palace. Escuchad la versión de Playing in the band, 23 minutos, escoge un buen día, que los astros te acompañen, conéctate y descubre que todo esto vale la pena. Este lanzamiento de Rhino es un triunfo, tres horas y pico inenarrables que culminan en un Morning Dew (que aquí os enlazo) que va directo al tuétano emocional; sube el volumen, dale paciencia, ponte en tensión, abre las orejas, el camino es recto y da vértigo ¡Escuchad como crece otra vez a partir del minuto 9.00!¡Notas suspendidas en el aire!. Este Morning dew paraliza el tiempo. Los que nos hemos quedado pillados con esta banda no necesitamos más pruebas que esta...
Me hago mayor, y cada vez soporto menos a los tipos que desentonan. Bien, no sé si eso tiene relación con hacerse mayor, lo que sé es que los odio, aunque en el fondo sufro por ellos. Ayer viendo el partido del Barça en un bar, todo el mundo bebía y etcétera (el fútbol en el bar, como las fiestas mayores y como tantas cosas en la vida, es una excusa para beber), pero había un tipo que daba el cante (y eso es difícil en el bar con un Barça-Madrid), había mamado mucho más de la cuenta, claro, pero también era gilipollas, y trágicamente no se daba cuenta de ello. Él gritaba más que los demás, en momentos en que nadie estaba alzando la voz, y daba muestras de ser un gran practicante del don de lo inoportuno. No hablo solo de fútbol, hay gente inoportuna en todas partes, que aparece cuando no se la espera, que habla cuando necesitas silencio, que ladran cuando los demás hablan. Si lo hicieran dos, tres o cuatro no pasaría nada, pero son ellos solos. Se toman unos cuantos decibelios de libertad y total, los utilizan para decir sandeces. Será porque soy muy propenso a sentir vergüenza ajena, pero sufro muchísimo cuando noto que alguien desentona, y hace el ridículo y todos lo saben. Entonces bajo la mirada, me pongo tenso y ruego para que pase lo antes posible. Será, seguro, porque yo también he desentonado más de una vez. Quién no.
Así de guapa luce Nahir en su primer día con nostros. La tenían en la protectora durmiendo con los gatos (la protectora es como aquella peli de un mundo superpoblado, Soylent Green, pero con perros), un poco enferma. Nos la han dado unos días antes de lo previsto, porque en casa estará más calentita y se curará antes. La protectora de Avinguda Tibidabo es un oasis de buenas personas que no cobran un duro y cuidan animales abandonados por la facción hija de puta de la civilización. Ni una belleza como Nahir se salva, a ella también la abandonó algún idiota. Desde aquí os animo a que paséis una tarde por la protectora, haceros voluntarios y sacad algún perro a pasear, media horita a la semana, nada más. En esta época también les van bien las mantas, así que si os sobran, ya sabéis. La Lliga per a la Protecció d´Animals i Plantes, con ese olor a pis, tan caótica (¡hay tantos perros!), es el lugar más civilizado que conozco. El otro día una señora jubilada, que podría estar jugando a la brisca en su casa, se arremangaba para sacar a pasear a este, y luego al otro y luego al de más allá. A sus favoritos. Y así echaba la mañana. Tini vino de la protectora hace diez años, y ahora Nahir. De momento se llevan bien, y con el gato tampoco han habido mayores problemas. Hoy es un buen día.
Me da rabia que Wolf Hoffman haya encontrado un pedazo de cantante, sucio y chirriante, viejo y cabrón, como Mark Tornillo, y haya grabado este notable disco de metal clásico a la europea. Ahora, UDO, el hombre que se ha currado la marca Accept todos estos años, la ha mantenido viva y no ha dejado de trabajar como un obrero del metal, tendrá que espabilar, y lo tiene crudo, porque Blood of Nations supera la rutina en la que había caído UDO con sus últimos discos. Igual eso le sirve para ponerse las pilas. Digo que me da rabia porque el ahora calvo guitarrista de Accept y el otro miembro original, el bajista Peter Baltes, recogen mucho de lo que UDO ha sembrado todo este tiempo. Accept vive porque UDO no lo ha dejado morir, esa es mi teoría. Recordemos que Hoffman y Baltes fueron los responsables de asesinar a los Accept clásicos echando a UDO y fichando a un pobre moñas norteamericano, David Reece, con la estúpida intención de convertirse en los nuevos Bon Jovi. Ellos, cuyo horizonte vital no pasaba de las barras del Oktoberfest. Naturalmente, el experimento fue un fracaso y UDO siguió a lo suyo, fabricando heavy germánico clásico para mantener viva la llama. Pero eso es el pasado, y hay que reconocer que Blood of nations se escucha con mucho placer. Teutonic Terror y The Abyss (con un interludio melódico que parece de otro tiempo) son temazos, aquí hay ganas de mover ficha y reclamar el trono. Mark Tornillo, repito, es todo un descubrimiento, encaja en todos los aspectos, es un viejo lobo de mar salido de los mismos muelles de carga donde trabajaba Bon Scott, me encanta el tipo. Les espero en su próxima gira a primeros de 2011, jamás pensé que diría esto.
De los tres conciertos de Alice Cooper a los que he podido asistir, el de ayer fue el menos bueno. Alice está sensacional, su voz y presencia continúan ahí a pesar de la edad, pero en el show las cosas iban demasiado rápido, con el habitual momento dramático de The ballad of Dwight Fry colocado demasiado pronto en el set list, y con demasiadas muertes de Alice, son tonterías, ya lo sé. En mi show perfecto, le cortan la cabeza a Alice y luego resucita a golpe de No more Mr. Nice Guy, pero bueno, todos tenemos nuestro show perfecto de Alice en la cabeza. En el Sant Jordi Club se está bien, es cómodo, aunque los conciertos pierden calor, el Alice de hace tres o cuatro años, fue más rockero y sucio sobretodo por ser la sala Razzmatazz. La banda que lo acompañaba anoche, por cierto, ni fu ni fa. El set list fue casi perfecto, Alice siguió recordándonos que From the inside es un clásico (en los últimos años siempre rescata temas de ese disco compuesto a medias con Bernie Taupin, en esta ocasión fueron From the inside y Nurse Rozetta), revisitó el Wicked young man del plomizo Brutal Planet (de aquel disco, la única pieza que levantaba miembros era Sanctuary), tocó lo que siempre toca y nunca nos cansamos de corear (quiero decir, los primeros segundos de No more mr. nice guy hacen que la vida valga la pena), y pasó olímpicamente de su lamentable último disco (solo tocó Vengance is mine, tema inútil como pocos), de hecho él lo sabe, por eso la gira se llama Theatre of Pain y obvia cualquier mención conceptual a Along came a spider. Lo mejor, poder ir a un concierto de Alice Cooper y verle y escucharle. Es Alice Cooper, por dios.
Los setenta fueron para los Grateful Dead una década de crecimiento insospechado, de superar barreras creativas y técnicas (aquellas giras con el wall of sound, una matada de invento diseñado para conseguir el mejor sonido en directo escuchado hasta entonces: un panal gigantesco de 640 altavoces en la parte superior del escenario, muy complejo técnicamente y demasiado costoso como para durar); y también increíbles periodos musicales, como las giras del 72, o las del 77-78, mis favoritas. Pero si se trata de buscar grandes discos, no basta con lo que editó la banda, hay que absorver con la misma pasión las obras en solitario de Bob Weir y Jerry Garcia, en las que solían participar los Dead al completo. Ace, de Weir, o este Reflections de Jerry no solo están a la altura de la mejor obra de los Dead, son obras de los Dead. Reflections es otra maravilla sentida, pulida, brillante de Jerry García y los demás. They love each other o It must have been the roses son standards deadheads, Might as well recuerda el desfase de viajar de gira con Janis Joplin y The Band en 1970, mientras que Comes a time y Mission in the rain son dos de los momentos mágicos de la carrera de Jerry. Incluyo aquí una interpretación de Mission in the rain de las que te rompen en mil pedazos...
Recién salidos de la grabación de Blues for Allah, disco ambicioso para el que tuvieron un tiempo récord de cinco meses en el estudio, y dado por finalizado el hiato de un año en las actividades del grupo, en 1976 Jerry, Weir, Lesh & co. estaban en el momento ideal para seguir grabando maravillas.
Mañana tocamos en Olesa. Entre Enero y Febrero caerán Terrassa, Barcelona y lo que venga. Es bonito tener una banda y gritar un rato delante del micro, como hacen tus héroes. Soy un tipo con suerte.
Bueno, Whispering Pines debutan con este Family Tree y habrá que dejar de lado otras cosas y concentrarse. Un disco de música de raíces norteamericana, con un muy mucho del segundo de los Allman, con cosas de Creedence, de The Band (Whispering Pines es una de las canciones de la banda de Robbie Robertson) y una elegancia ¡tan fácil! a la hora de crear canciones cristalinas que te llenan enseguida (Stars above, Family tree). Repito, Family Tree me ha obligado a echar el freno, sacudirme el polvo del camino y dejarme embelesar. La cerveza y los cigarros que ya no fumo los pongo yo. Las dos guitarras se cosen entre sí creando belleza, y canciones como Mirror woman mirror man son propias de bandas con mucha mierda a sus espaldas. Y estos empiezan ahora. Una joya.
Hablo de gastronomía por intuición, por bagaje sentimental, por haber tenido la suerte de visitar muchos restaurantes en mi vida, pero apenas cocino, leo poco sobre el tema y mi cultura sobre productos es limitada; y aún así creo en la validez de mi opinión a la hora de juzgar las impresiones que me produce un restaurante. Realmente confío en mi propio criterio. Por eso digo con toda la tranquilidad, que en los últimos meses no he disfrutado más en un restaurante, ni me he sentido más sorprendido, cogido "a contrapié", culturizado y emocionado (siempre desde la humildad, no estoy hablando de experiencias metafísicas ni del nuevo Adrià), que en el Routa de la calle Enric Granados de Barcelona. La propuesta: cocina nórdica (los dos chefs son finlandeses) abierta al resto del continente, valentía, producto y creatividad sin complejos. En un local al que una mejor iluminación le haría mucho bien (enfocar la atención en los platos, mediante la luz, dotar al espacio de intimismo e intencionalidad), disfrutamos de un menú con aperitivos insuperables, estéticamente preciosos, con pescado de Finlandia, y atractivos snacks. Divertidos. Luego, enfilando el menú, la estrella de la noche, una velouté (crema) de setas salvajes y setas escabechadas, un plato gigantesco armonizado estéticamente con mil y un detalles (lo han definido como puntillismo, impresionismo al estilo Seurat; ahora mismo en Barcelona dudo que muchos puedan igualar la estética de los platos del Routa), y junto a la velouté, un platito con brioche de trufa y mantequilla de ceps. Un plato festivo, voluptuoso, inagotable, que estuvimos degustando durante casi media hora. De segundo, el menú continuaba con otro barroquismo culinario, una codorniz rellena de foie gras. Luego quesos -correctos- y otra preciosidad, el postre de manzana verde. Sobrados de buen gusto, los dos chefs del Routa, y la amable y prudente jefa de sala, tan solo necesitan de que el cliente responda. La oferta gastronómica en Barcelona, sobretodo en un barrio como el Eixample, es tan salvaje, hay tantas ostias, que es normal que cueste llenar, sea lunes, viernes o sábado, pero para eso estamos nosotros, dando el callo. Hay que apoyar los sitios que valen la pena.
Me planteo ahora, teniendo delante la extraordinaria, esperadísima por muchos, reedición del último disco "clásico" de Deep Purple, con Tommy Bolin a la guitarra, Come taste the band (1976), si Glenn Hughes y el recién contratado Bolin, imposible aunque talentoso sustituto de Ritchie Blackmore, no tomaron a la banda por el pito del sereno y se dedicaron tan solo a vivir de coca y heroina hasta que aguantara el cuerpo, o la paciencia de los miembros originales Jon Lord y Ian Paice (y David Coverdale también, quién se alineaba -siempre inteligente Coverdale- con ellos). Hughes y Bolin, a pesar de sus cualidades, a pesar de que Come taste the band es un disco fantástico en parte gracias a ellos, saquearon el nombre de Deep Purple en su propio beneficio, se inutilizaron para volver a grabar y girar con garantías, y finalmente propiciaron que la banda perdiera su reputación y que Lord y Paice les mandaran a tomar por saco y se fueran a por algo más provechoso; poco después los dos, Paice y Lord, entraron a formar parte de los Whitesnake de Coverdale, mientras Ritchie Blackmore triunfaba a lo suyo con Rainbow, Gillan experimentaba con el rock y el jazz y Glover tocaba con Ritchie y se ejercitaba como productor de prestigio; a todo eso Tommy Bolin ya estaba muerto y a Glenn Hughes le faltaba más de una década para salir del túnel de las adicciones y el dolor. Creo que eso lo dice todo, quién ganó y quién perdió.
Sin embargo, aún grabado en aquellas condiciones de malas caras, malos rollos y droga, Come taste the band suena a gloria. Los Purple más espumosos, funkys a la vez que rockeros, en un disco que en general me satisface más que el anterior Stormbringer, aunque supongo que depende del día. De los Deep Purple setenteros uno puede mamar hasta llegar a viejo, hay tanta buena música, tantas historias y tanto exceso, que no te los terminas. Coverdale jamás pierde la compostura blues cuando canta, Glenn Hughes ataca Gettin´tighter y justifica el porque este tema le ha servido como espaldarazo para recuperar su esplendor como artista y hombre de escenario pasados los 50, Lady luck es puro Purple Mark III, Dealer, Love Child con ese riff nieto del Into the fire de Blackmore ¡y qué decir de You keep on moving, con toda la banda consciente de cada segundo de canción, enchufados, a flor de piel! Las reediciones del catálogo Purple desde In rock hasta Come taste the band (sin olvidar enormes lanzamientos de conciertos tipo This time around, conciertazo -y eso es raro- con Bolin, o Live in London etc.), son regalos, enciclopedias a consultar regularmente, tesoros para disfrutar con uno mismo o con quién entienda de qué cojones va esto.
Thalia Zedek y Chris Brokaw tejían aquellos mantos eléctricos, dos guitarras mimándose, odiándose, acariciándose en ese tacto cálido que solo da cierta distorsión, juntos fueron responsables de algunos de los mejores momentos musicales de los 90. Come, la banda que ambos lideraban, me regalaron aquel concierto en la pasada década (¿fué en Mephisto? no me acuerdo), y discos como Don´t ask don´t tell, para mi una de las cinco obras con más agallas y corazón de los 90. Luego me limité seguirle la pista en solitario a Thalia Zedek, con un par de discos que me hacen saltar las lágrimas, y ahora recupero (en el Ruta 66 de este mes lo recuerdan) el disco de 1995 de Steve Wynn, Melting in the Dark, que cuenta con los Come originales -Zedek, Brokaw, más Sean O´Brien y Arthur Johnson) al compelto como banda de apoyo. Y se nota, por la electricidad, por las caricias a las que antes hacía referencia, por el corazón. Steve Wynn es otro que tal. Igual tú también has erosionado el Days of wine and roses de The Dream Syndicate, la banda con la que Steve dejó huella para la historia en los 80, y luego más tarde, te habrás rendido a los encantos acústicos de Fluorescent (1993, un disco perfecto del que Johnny Cash debe sentirse orgulloso), o a la riqueza creativa inagotable del doble Here come the miracles (2001). Steve Wynn es uno de los tipos en este negocio que merecen más respeto. Y en Melting in the Dark la combinación es letal. Electricidad, melodías, quiero decir, ese sonido Zedek / Brokaw que me sigue derritiendo, y el talento de Steve en hacer que una gran canción suene como algo natural, como casual. Epilogue, rasca hasta que duele, Shelley´s blues pt. 2 es tal como es, evidente, certera, precisa y gustosa. Hay una intención, unas aristas en cada canción, un compromiso y un vacío que me hacen añorar otras épocas, no tan lejanas.
Y una bella apropiación de Leonard Cohen por parte de Thalia Zedek...
Al final vino el Papa, cenó un menú de Sergi Arola, emocionó a sus fieles, dio misa en la Sagrada Familia y poco después se fue. Hoy por la mañana, yendo en moto me fijaba en una pareja de ancianos retirando su bandera vaticana del balcón. Por fin algunos mossos podrán tener algún día de vacaciones, porque ayer parecían una plaga, no debieron librar ni los jubilados. El Papa ha venido y no ha pasado nada. Algunas mentes progres un tanto adolescentes deberían calmarse con sus comentarios antirreligiosos, que de tanto refunfuñar, de tanto rechazar todo lo que huela a papado y fumata blanca, van dando un peligroso giro de la izquierda abierta que dicen defender a la derecha más intolerante. Como país de antiquísima tradición cristiana, Catalunya tiene derecho a aplaudir al Papa y darle todo el fasto que crea conveniente. Mejor que venga el Papa que no Gadafi. Barcelona debía salir al mundo como una ciudad respetuosa con la religión, y por suerte se consiguió. Ratzinguer es uno de los dos o tres personajes más importantes del planeta, guste o no, y en casos como este tenemos que ser responsables con nuestra ciudad y nuestra imagen, y eso se paga con dinero público como se paga por tantas otras cosas. Una visita de Obama no nos saldría tampoco muy barata. Para los que como yo, no sentimos nada ante la presencia papal, aunque respetamos su visita, nos quedó comprobar desde casa como la televisión ha sabido actualizar la rancia imagen que la iglesia se empeña en dar de si misma, siglo sí y siglo también. Esos travelling arriba y abajo, esos barridos y contrapicados en el templo, todo pura y espectacular liturgia visual, mucho más atractiva que la que se daba abajo en el altar.
El nivel de forma de Glenn Hughes es tan exagerado que me parece que detrás de su imagen vampiresca y casi andrógina se esconde un holograma. Quién dice que las personas no pueden cambiar, cuando en su caso pasa de ser un despojo humano hinchado de drogas a un fibrado soulman que se toma cada proyecto como si fuera el último de su vida. Black Country Communion es otra de sus criaturas, en este caso un supergrupo (aunque hoy día le llaman supergrupo a cualquier cosa) bicéfalo, con Joe Bonamassa, el joven guitarrista de blues que gusta tanto a los ejecutivos (esos cuyos padres solo gastaban discos de Eric Clapton), de indudable talento, influencias hard rockeras y pintas a medio camino entre un repartidor de pizza y un McCaulay Culkin adulto y trajeado a punto de entrar en el juzgado acusado de fumar marihuana en una fiesta. Que a los teclados esté Derek Sheridan me da igual, y que a la batería esté alguien con la poca gracia de Jason Bonham también, sinceramente esto de supergrupo solo tiene a los dos cabecillas. Black Country Communion, el disco, puede traerte de cabeza, es espitoso, soulero, funky y heavy. Glenn Hughes se desborda en cada tema (I am a Messanger!!! grita a pecho descubierto), su bajo y su voz son todo pasión y ritmo, y a Bonamassa (¡bravo por Song of yesterday, Joe!) todo esto le sienta de maravilla; el tipo se ha empollado desde crío la herencia Deep Purple, y tocar en estas canciones le sale del alma.
Me gustó dejarme embaucar por la dulzura de Herois, por las escenas de amor y amistad veraniega pre adolescente, por los detalles años 80 con los que se sabe que a los treintañeros nos tienen en la palma de la mano (desde los Bonis a las BH, los posters de los Goonies y las camisetas de Bruce Springsteen), por la música (demasiado pomposa), las gotas de humor aquí y allá (esos padres del gafotas del grupito no tienen precio) y por el sorprendente giro que da la película en un momento determinado, y que me parece genial. ¿Defectos? Bueno, los hay, pero como digo me los comí con patatas y entré de lleno en el verano de la película. Mis veranos también eran en la costa, pero en pocas ocasiones tuve pandillas con las que buscar aventuras montados en las bicicross BH. Tenía una abuela que jugaba a la brisca y era tan cariñosa como la del film, que interpreta Ana Lizarán, y de vez en cuando me visitaba algún amigo que me sacaba de la urna de cristal con jardín en la que me depositaban mis padres desde mediados de julio hasta septiembre. Había playa y la sensación de que muchas cosas estaban por llegar y las quería aquí y ahora. Una película que te hace pensar en ti ha de ser buena ¿verdad?
Vuelvo a este disco de 1982 más que a ningún otro de Lou Reed. Me encanta la mezcla que hay entre un hombre con una pareja estable, tratando de echar el freno y ser un tipo corriente, con su casa, su tranquilidad, sus fantasmas y sus cosas (como describe en la fantástica, tan sencilla, My house), y la tormenta que siempre acecha en Lou Reed, esta vez agitada gracias a la guitarra de Robert Quine, un afilador de cuchillos sónicos que convierte temas como Waves of fear (¿uno de mis 10 temas de Lou favoritos?) en pura paranoia y violencia. Los versos de Lou son sinceros, confesionales y a veces dan vértigo, como en la sinpar The Gun, que no es una canción, es un túnel oscuro y serpenteante, hacia abajo y hacia abajo. El sonido cálido que siempre acaricia Lou con su guitarra, el bajo de Fernando Saunders y la guitarra de Robert Quine, el mejor Lou Reed (como el de New York), no necesita mucho más.
Aunque el John Hiatt que nos acaba de visitar no es el del directo del "Budokan" de los 90, y es un Hiatt muy low-key, con sonido carnoso y certero faltaría, pero sin ninguna fuga de energía inesperada, sin sorpresas ni saltos al vacío, habría que pensar que, pongamos, en 1995, o en el 2000, ni soñábamos con que este hombre se pasaría algún día por una sala de nuestra ciudad. Y lo ha hecho, y ha tocado todo lo que imaginábamos: repaso a Bring the Family, más paradas en los también imprescindibles Slow Turning y Stolen Moments, y alguna agradable sorpresa como el Crossing Muddy Waters, de aquel disco homónimo, serio, acústico y brumoso que nos entregó en el 2000. Administrando con conciencia su energía, su cancionero y su talento, Hiatt continúa sobreviviendo, y este concierto no hará más que mantener el respeto que muchos le tenemos y que nunca dejaremos de tenerle. También tocó tres o cuatro temas de su último y excelente The Open Road, que demuestran que el río no se ha secado, y que aunque a velocidad diesel, Hiatt sigue creando nueva música, manteniéndose vivo y mirando a los ojos a aquel alcohólico desesperado que milagrosamente grabó Memphis in the Meantime con tres buenos amigos, a mediados de los 80.
Autoridad. Punto. Lo que le falta al Papa de Roma, a Zapatero y a Rajoy, a tu jefe, lo tiene Sharon Jones en cada movimiento, cada espasmo de su voz. Ayer todos hicimos lo que ella quiso y nadie rechistó. Así da gusto ser creyente y obedecer. Llevando hasta el límite algunos temas, empujando al público a la fiesta, en la más pura tradición soul, Sharon Jones & The Dap Kings repasaron I learned the hard way y 100 days, 100 nights, homenajearon a Solomon Burke, y ella sacó a un par de tipos a bailar, sin dejar ni un segundo de derrochar simpatía, sudor y entrega. Sharon Jones lo consigue. El público, variado, con mucho modernillo, repetirá de nuevo cuando vuelva. Daptone Records es como una familia, y la mamma es ella, Sharon Jones, quién arrastra a las demás bandas del sello, ella y sus Dap Kings: una sección de viento que levanta pasiones, una esbelta bajista, un percusionista que podría ser el conserje de tu edificio, y un guitarra solista que ejerce de serio director de orquesta, trajes y corbatas, sudor y savoir faire soul. Con ese panorama y el Apolo a rebosar, me cabreó que hubieran algunos tipos charlando en la barra como si nada (¿pero se puede saber qué coño esperáis de la vida?), suerte que Sharon no los vio, se les habría caído el pelo.
Corre el peligro La Red Social de ser confundida con una película de adolescentes gilipollas, fiestas en casas con piscina, ex compañeros de piso de Sheldon, y tonterias universitarias varias, y ah, una película sobre Facebook. Aunque dudo que saliendo del cine muchos sigan con esa idea. La Red Social es David Fincher, pero también un guión de Aaron Sorkin trepidante, vibrante y finalmente terriblemente sórdido. El personaje protagonista, el Mark Zuckerberg que puede ser como el Mark Zuckerberg real o no, pero que no importa, interpretado de forma alucinada, gélida, despiadada, por Jesse Eisenberg, lo dice todo sobre lo que significa el triunfo en la sociedad que nos ha tocado vivir, sobre el hecho de ser un inadaptado, una víctima, y en última instancia un ser ruín. Hay dos escenas que guardaré durante mucho tiempo en mi memoria de pez cinematográfica, la primera, cuando Mark "rompe" con su novia, principio de todo, y luego los dos, tres últimos minutos de film. Una carrera vertiginosa a la cima y al fin, al vacio.
Aunque un blog es algo personal, y en este que lees se publica solo lo que a mi me viene en gana, es bueno tener un límite, un departamento de calidad que no te deje publicar lo que no aporta o no vale la pena. Los que tenemos blogs, por humildes que sean, le debemos un respeto a quién invierte 20 o 30 segundos leyéndonos. Cuando pasan días y no escribo nada es que mi responsable de calidad particular está actuando, y no me deja colgar la primera tontería que me venga a la cabeza. Todo esto lo pensaba ayer mientras leía algunos post de la página Metal80.com, con artículos razonados, bien escritos y mejor documentados, sobre el heavy de los 80. No sé quién está detrás de esa página, pero seguro que alguien con ganas y con cultura, y con respeto por sus lectores. Por tanto decía, cuando no publico es porque no tengo nada que decir. El mundo es grande, las noticias son jodidamente buenas o pésimamente malas, hay amor, música, cine, comida y las cosas que te pasan, pero a veces, ohlalá, no tienes nada que decir. Y ante eso, mejor no publicar ¿no?
Voy catando aquí y allá en la discografía de Blue Rodeo, y me va a dar un ataque si no encuentro ya un mal disco. El anterior a Things we left behind, su última y loada obra, es este Small Miracles del 2007, que tuvieron la buena idea de vender en su reciente gira. Small Miracles te traslada al Sweetheart of the rodeo de los Byrds, a Gene Clark y esos temas, Full Circle, country luminoso pintado con los colores pop más bonitos que puedas imaginarte. So far away, el primer tema, me lleva en volandas cuando el día decae y lo veo todo muy chungo, y Black Ribbon es irresistible, lo tiene todo, con esas mínimas pinceladas psicodélicas incluídas. Regala estas canciones, hazte amigo y sonríe. Hoy ganamos. Las cosas que solo te da la buena música, amigo.
Me dan la noticia de que Clarisa ha muerto. Mi última conversación con ella, siempre por mail, es de principios de 2009. Me siento aturdido, muy, muy acongojado, porque Clarisa era de las que dejan huella, por poco que la conocieras (en directo tan solo la vi una vez, en aquella comida de alumnos del master de guión, donde ella por cierto fue el centro y corazón de todo el encuentro). Hay personas que mientras viven te dan una lección, no sé cómo lo hacen, pero desprenden ganas de vivir, de sobreponerse, y tienen la mirada ardiente, viva, y sonríen y confían. Ella era guionista, como yo.
Ahora mismo el Cañete es uno de los bares de tapas con más nervio de Barcelona. Lleno, a plena actividad, con camareros circulando detrás de la barra resolviendo mil situaciones por minuto, y una cocina a la vista que funciona a todo trapo, este local del Raval (Calle Unió, debajo del Liceu) es un espectáculo en si mismo. La orientación de la carta mira hacia el tapeo del sur, con torta de camarones, salmorejo, pringá... Además de embutidos y quesos. No todo funciona al 100%, unos cap i tripa que probé me resultaron bastante inofensivos, pero el bocata de calamares, el relleno de pringá o la golosa cansalada con puré de patata (bombón ibérico lo llaman) son buenas opciones a un precio muy ajustado. Dos o tres cañas por barba y un buen surtido de tapas y platillos te sale por menos de 50, dos personas. En la entrada hay un espacio separado donde te puedes tomar el café y algún postre más tranquilamente. Siempe está bien buscar excusas para darse una vuelta por el Raval, esa república independiente de Barcelona a la que cada vez nos sentimos más ajenos los nativos.
¡Se reeditan a todo lujo los imprescindibles Seventh Star y The Eternal Idol de Black Sabbath! Ante este pedazo de noticia pocos levantarán su culo y pasarán por caja en Amazon o Revolver; yo, quizás tú que estás leyendo esto, y algún otro monguer. Quiero decir, Seventh Star y The Eternal Idol pertenecen a la peor etapa de Black Sabbath, mediados los 80, sin Ozzy, sin Dio, ni siquiera con Gillan, lo peor. Ambos son discos que representan a un hombre, Tony Iommi, en la encrucijada ¿Sabes lo que es salir de una empresa triunfadora y tenerte que buscar curro aunque tu currículm sea inmejorable? ¿Estarías dispuesto a trabajar en otra empresa de menos éxito, donde te pagan peor, has de vender tu otrora insobornable talento y trabajar con personas que en otra época te habrían traido los cafés? Bien, pues en ese punto estaba Iommi, guitarrista fundador, genio de Black Sabbath en 1985. Quería pero no podía. Había vuelto de una larga gira con Ian Gillan como vocalista, la gira del escenario de Stonehenge, que recorrió arenas de Europa y Estados Unidos y le permitió seguir viviendo como una estrella, pero que a la larga, representó el principio del fin. El experimento Purple-Sabbath, con un Gillan que pensó que cantar en Sabbath tan solo consistía en gritar hasta desgañitarse, un disco incomprendido en su momento, Born Again, y unos fans histéricos porque se las venían venir, se convirtió pues en un acuse de recibo. Despierte sr. Iommi, despierte. Y despertó, en el Live Aid, con esa momentánea reunión de los Sabbath originales, y algunos infructuosos contactos para intentar traer al exitoso Ozzy de vuelta al redil.
Finalmente Iommi se tomó su tiempo, todos abandonaban el barco menos él, así que contrató al pequeñín Eric Singer a la batería, quién ya empezaba a hacer de las suyas en el mundo de los contratos temporales, a Dave Spitz al bajo y a Glenn Hughes, leyenda ex Deep Purple a las voces. En un principio pretendía grabar un disco en solitario con distintos cantantes, pero cambió de idea, y le dio a Hughes toda la responsabilidad. La compañía de discos, con Don Arden (el padre de Sharon Osbourne) a la cabeza, le presionó para que el disco fuera de Black Sabbath, así que finalmente, tenemos ese extraño producto llamado "Black Sabbath featuring Tony Iommi", más vendible que un simple disco en solitario. El resultado es miel para los oídos dispuestos a sumergirse en un baño turco de teclados, guitarras livianas y atmósferas propias de la época. Hay canciones grandes, mayores, como In for the kill, power ballads muy resultonas, No stranger to love, y un buen grupo de temas que gustan si tienes paciencia, Angry heart, Sphinx... un metal muy atmosférico, como digo, y un resultado en general digno, atractivo, aunque de menor enjundia que los dos discos que vendrían después, todavía en los 80, el implacable The Eternal Idol -donde Iommi recuperaría la garra en los riffs- y Headless Cross, los dos con el aplicado Tony Martin a las voces. Los temas de Seventh Star no tienen riffs memorables, la pasión la pone Glenn y sus privilegiadas cuerdas vocales, pero como digo, es un buen disco.
Las cosas más o menos iban encaminándose para Iommi, así que era el momento de emprender un nuevo tour. Para esta ocasión Iommi se dejó de grandilocuencias y monolitos e hizo diseñar un escenario que era... ¡grandilocuente otra vez! El montaje se dividía en dos decorados, a la izquierda aparecía una vieja ciudad, de corte medieval, y a la derecha otra futurista, ambas estaban unidas por una pasarela encima de la cual se situaba la batería y los teclados. Iommi quería expresar nosequé pollas de la evolución del tiempo y el ser humano, y como siempre, hizo el ridículo. Los primeros conciertos significaron varias cosas, una que nuestros amigos del averno (cuatro más el Casper de la saga Sabbath, Geoff Nichols, siempre presto a echar una mano en los teclados y a no salir en las fotos) ofrecían unas pintas dignas de Carmen de Mairena, maquillados y aseados con las mejores pintas, que los pabellones estaban ligeramente más vacíos, que Tony tocaba bien, como siempre, y que Glenn estaba... perdido. Los seis primeros conciertos de la gira Seventh Star de 1986 son una de las experiencia más vergonzosas a las que puede asistir un fan del metal. Glenn Hughes no da con ninguna nota, la voz le chilla, en escena está descolocado, pesado y patoso. Borracho y yonqui en suma, aunque él se justificó diciendo que antes del primer concierto tuvo una pelea con alguien del equipo de management y recibió un puñetazo en la nariz que le fastidió la voz. Tonterías, Glenn pasaba por un momento dramático, y si coges cualquier bootleg de estos seis primeros conciertos (Cleveland, Detroit), o el video de Detroit, asistes ojoplático al hundimiento de un vocalista inigualable.
(Formación Sabbath recién despedido Glenn Hughes, con Ray Gillen)
En los últimos temas de cada uno de esos conciertos, el propio Geoff Nichols, nuestro Casper el fantasma bueno, tenía que ponerse al micro, y cantar las canciones, mientras Glenn se balanceaba y trataba de balbucear algo con sentido. Naturalmente que Tony ya lo veía venir y desde el inicio del tour contrató los servicios de Ray Gillen , entonces cantante desconocido (posteriormente en Badlands, y fallecido a principios de los 90 víctima del SIDA), quién pasaba el rato en el autobús de gira a la espera de que Glenn se desplomase ya totalmente y él ocupara su lugar. Al séptimo concierto, Tony ya tuvo suficiente, echó a Glenn Hughes y el tour continuó hasta el final con el hábil Gillen, cuyo futuro en Sabbath sin embargo no daría para mucho más (grabó The Eternal Idol entero, pero Iommi lo despidió por ir demasiado sobrado, entró Tony Martin y regrabó las voces del disco, pero eso es otra historia, algún día hablaré de The Eternal Idol). Al cabo de los años, cuando ya nos hemos acostumbrado al actual Glenn Hughes hiperactivo, sobrado de cualidades, mucho más en forma que tantos otros de su generación, nos cuesta ver a ese Glenn más parecido a un patético Liberace encocado, que con Black Sabbath dió lo mejor, o casi, en el estudio con Seventh Star, y lo peor en aquellos bochornosos conciertos de los cuales os incluyo aquí algún video. Un periodo loco, fascinante. Ya no habían más Paranoids, Masters of reality, ni Mob Rules, pero la música de los Sabbath post Dio siempre me ha parecido dramáticamente infravalorada. Nunca es tarde para (re)descubrirla. Black Sabbath da para toda una vida ¿verdad?
En una de mis clases, un grupo de chavales están elaborando una cápsula informativa audiovisual sobre los 33 mineros chilenos atrapados a 700 metros de profundidad. Podían escoger entre otras noticias de actualidad, desde ETA hasta las inundaciones de Pakistán o el tema del burka, pero el componente de suspense, casi de ciencia ficción, de lo que ocurre ahí abajo en Chile les ha seducido ¿Saldrán o no saldrán? ¿Cómo sobreviven? ¿Cómo comen, respiran, mean? Ahora que parece que todo va a ir bien, y que los sacarán con vida muchas semanas antes de lo previsto, este grupo de niños, niños periodistas, tendrán que saber encauzar la noticia en una nueva dirección, no solo explicando este final feliz, sino entendiendo lo que ahora ocurrirá con estos 33 humildes obreros -más familiares, amigos etc.- cuyas vidas cambiarán para siempre. En el exterior recibirán toneladas de calor humano globalizado, pero también medallas, premios, dinero, iPods cortesía de Steve Jobs, invitaciones de famosos clubes de fútbol para asistir a sus palcos, de programas de televisión, de productoras de cine. Ojalá disfruten de todo eso sin perder la perspectiva, el equilibrio. Yo no sabría. Mientras, en clase, espero que este grupo de chavales comprendan la magnitud de la lucha por la supervivencia que han librado estos tipos, pero también el gigantesco tsunami que se les viene ahora encima, para el que muchos de ellos, temo, no van a estar tan bien preparados.