Podéis pasaros por La Continental de Gràcia este viernes, 21.30, si os tira una noche de blues y rock´roll, un concierto con pelotas. A mi y a mi banda nos hace ilusión presentarnos por fin en Barcelona. Somos lo que somos, pero lo hacemos bien y nos lo pasamos mejor. Allí estaré, ¡a pie de micro!
Me dejo caer en un festín al que no estaba invitado. No conocía la alquimia blues, southern, soul, la riqueza de la música de JJ Grey & Mofro, banda de Florida que lidera el tal JJ Grey. Georgia Warhorse es un disco a consumir en cualquier estado de ánimo, lo tiene todo, te acompaña si estás un poco down & out con preciosidades acústicas como King Hummingbird o la sentida Gotta know, o conecta la sección de vientos y te mete en vena The sweetest thing (compartiendo voz con Toots Hibbert, el líder de Toots & the Maytals), una ración de soul rasgado que podrían interpretar los mejores Black Crowes respaldados por un buen combo Motown con ganas de montarla con estilo. JJ Grey está dotado de potentes cuerdas vocales, toca la guitarra, la armónica, y lidera una banda que ha grabado un discazo sin paliativos. Georgia Warhorse debe gustar a todo el que ame los discos en los que cabe todo, esos que no se terminan, con rincones ocultos, con distintos estilos pero a la vez, coherentes. El puzzle termina con la apasionante, tensa, un punto sórdida, Lullaby, con el Leo Messi de la guitarra, Derek Trucks, echando una mano.
Una de portadas de disco y carnicería variada. Cojan su turno. Me encanta esta historia Beatle. En 1966, se edita en USA el disco Yesterday and Today (recordemos ese lío monumental de los 60: en USA los discos tenían títulos y canciones distintas a las de Europa), con una de las portadas más polémicas de la historia. En ella, la banda aparecía vestida de carniceros, sujetando pedazos de muñeca y trozos de carne, tan happys. Años antes que las Billion Dollar Babies de Alice Cooper, y siglos antes que los bebés colgados en el tendedero de Megadeth en Youthanasia (por poner dos ejemplos que me vienen a la cabeza ahora), los Beatles jugaron con la inocencia de las muñequitas y la crueldad con esta portada que diseñó un fotógrafo australiano con ínfulas de vanguardia.
Años después, Paul, George y Ringo confesaron que el montaje ya les parecía raro en el mismo estudio del fotógrafo, y que ni siquiera sabían que cara poner entre tanto chuletón y cabezas decapitadas. Les pasaba a menudo, se metían en percales pseudo-artísticos sin siquiera darse cuenta. Por su parte, John defendió la portada hasta lo que pudo, creyendo que los Beatles tenían que animarse a ofrecer al público una imagen un poco más salvaje. Viendo la portada ahora, la verdad es que es increíble que les dejaran hacer eso... y editarlo. Porque el disco salió a la venta en USA, aunque al poco tiempo fue retirado ante la consecuente polémica. A las copias retiradas se les pegó de forma bastante cutre la nueva portada (que adjunto más abajo, mucho más típica) encima de la anterior. Tal chapuza no hizo sino añadir más leyenda al disco, pues los fans que lo compraron despegaron la nueva portada con vapor y descubrían así, majestuosa, la salvajada de unos Beatles metidos a carniceros infantiles.
Los foros de defensa de los animales, incluso algunos diarios, se hacían eco hoy del hijo de puta que se ha grabado torturando hasta la muerte a un perrito y lo ha colgado en una web. Leer la descripción de la tortura es insoportable, se te caen las lágrimas. Dice que no lo pillarán, y que volverá a actuar. Nuestro Henry Lee Lucas nacional es un gilipollas que tortura animales por el simple hecho de... de la nada más absoluta. La maldad que carece de formas, de estética, de cuento chino, debería ser todavía más penalizada por la ley. En dos días reaparece el imbécil que saltó en plena ceremonia de los Goya (al que por cierto, los medios de comunicación catalanes estuvieron riéndole las gracias durante años), y luego este anónimo torturador de perros. Son distintos grados de gilipollez humana. Sin explicación, sin razón de ser. La nada más absoluta ¿cómo se lucha contra eso?
Ahora que campan por el mercado las bonitas reediciones de parte del catálogo de Nick Cave, apetece hablar de él. Revisito un disco que he tenido siempre demasiado olvidado, The good son, de 1990. Grabado en Brasil, esta obra perfecta sin más, marca la frontera en la que se cruzan el Nick Cave salvaje, negro, de Tender Prey, From her to eternity etc. con el futuro Cave, igual de negro pero matizado, ora suave, ora abrupto, crooner poseedor de una riqueza musical y una variedad de tonos y registros que todavía hoy no deja de sorprender (su banda-tribu paralela Grinderman es un ejemplo). The good son no llegará a la altura de la obra de Cave que me llevaría a una isla desierta, Let love in, pero como digo, mezcla de forma soberbia las baladas fálsamente aterciopeladas (aquí encontramos hits caveianos como The ship song y The weeping song), el piano, y las influencias brasileñas (la inicial Foi na cruz), con las óperas enfermas tipo The good son, que sin embargo, aunque retorcidas y acuchilladas, siempre encuentran ese momento de belleza sublime, en este caso el precioso estribillo. Otro tema, Sorrow´s child, una obra maestra, Cave puro, académicos Nick Cave & The Bad Seeds, gélido Blixa Bargeld a la segunda voz, hija de Your funeral my trial, madre de tantas piezas bellas pero tensas, marcadas por un riff de piano, que irán alumbrando toda la discografía de este hombre. Una discografía que debe ser saboreada por el fan durante toda una vida. El día que decidí comprar Let love in, mi primer Cave, fue un gran día para mi. Ahora su figura es grande, y yo soy de esos pedantes que a veces no soporta que sus héroes se hagan tan inmensos, y que tengan que tocar en el jodido pabellón de Badalona ante 10.000 personas. Tonterías. Mañana, o pasado, repasaré Henry´s dream, de 1992, en otra reedición que promete un reencuentro con esos temas de base acústica, desafiantes. Sangre y sonido.
Gracias Mr. Allman (& T Bone Burnett) por este disco tan sabio, tan profundo, que tanto necesito. Quiero encontrar tiempo para seguir sintiendo el olor a humedad y bosque de la portada, a través de esta música que nace de la misma cepa que el blues más puro. Esta es música que me ayuda. Cada vez corro menos a probar los discos que teóricamente lo cambiarán todo, y cada vez me gusta más aprender de los que saben. Gracias, Gregg.
Bueno, ya están colgadas en nuestro myspace dos nuevas canciones de The Black Pines: The blues y Reflections. A falta de repasar un poco las mezclas, así es como suenan. Me encantará que opinéis. Mañana viernes, por cierto, tocamos en Terrassa, si alguien vive por la zona que no lo dude, Black Pines time is the right time!
Como me comentaba un compañero hoy, nosotros somos los inmigrantes digitales, es decir, su generación y la mía nacimos con el chip analógico, y ahora somos inmigrantes para las nuevas generaciones digitales, nuestros alumnos, que han nacido entre Androids, Wii´s, gmail y portátiles en las áulas cuando todavía no han cumplido los 10 años. Hoy en clase, me he detenido a observar a Caro, una niña de 11 años, siempre simpática, alegre, con mucha personalidad, viste como quiere (básicamente como un niño) y tiene una mirada curiosa y atenta. Te puedes comunicar con ella, incluso te la llevarías a merendar con la garantía de tener una conversación bonita e interesante. Caro trabajaba hoy en un grupo de cuatro alumnos, se trataba de escribir sobre la ley anti tabaco, buscar documentación en imagen y montar una noticia en formato cápsula informativa de TV. Ella se desenvolvía con las teclas del ordenador como Messi y la pelota en el patio del colegio, iba diez veces más rápido que el ordenador (inevitablemente este se ha colgado), sonriendo, hacía y deshacía, corregía, levantaba varias webs a la vez, con ligereza, como un juego. El profesorado en este país tiene que espabilar ya, porque alumnos como Caro se comen el mundo con solo 11 años. Atenta, receptiva a lo que ve en la pantalla, un contenedor que espera a llenarse de conocimientos informáticos. Mejor dicho, no espera, se avalanza sobre el conocimiento mucho más rápido que nosotros, inmigrantes digitales. Ella dice que quiere ser ingeniera, y no es una friki. Es el signo de los tiempos.
Hay un antes y un después de 1996 en la historia de Social Distortion. En aquella época editaban el inolvidable White light, white heat, white trash, la culminación de una forma de ver el punk que no partía de 1977, sino del alma de Hank Williams. Años después, Mike Ness volvió con la banda y un nuevo disco, Sex, love & rock n´roll, que me supuso una fatal decepción -aunque la mayoría de gente no pareció opinar lo mismo-, un dico que copiaba esquemas, solo que ahora la música, el muro de guitarra, y esas letras de "fuí un cabrón de joven, me costó un montón pero ahora ya estoy redimido" ya no me tocaban. Ahora tengo en mis manos la bonita carpeta de este Hard times and nursery rimes, última obra de Ness y su banda. Decido reconciliarme con el de Orange County pero con reservas. El disco enseña músculo con la instrumental inicial, Road zombie, o con Machine gun blues (brutal, debería formar parte de una banda sonora alternativa de Broadwalk Empire), o la versión -de libro- de Hank Williams Alone and forsaken. Las letras, la poética, siguen siendo repeticiones de aquellos Bad luck o I was wrong del pasado, Ness no sabe escribir de nada más, pero me gusta el empaque un poco más rockero, stoniano, aunque en idioma Ness. Writing on the wall me parece blandengue y Gimme the sweet and lowdown funciona a ratos, aunque me hace pensar en Green Day, con un puente ligero a lo Ryan Adams que no puedo soportar. Hard times and nursery rhymes es una buena noticia, a la vez que confirma que ya nada volverá a ser como antes. Como tantas veces en la vida.
Alucino con los que en el mes de enero ya tienen su disco favorito del año en curso ¡Yo cada vez tengo menos idea de cuál es mi disco favorito del 2010! Será que en mi granja la cosecha se recoge tarde, como me ha pasado con este Patchwork river (2010) de Jim Lauderdale (y Robert Hunter -a él le debemos las maravillosas letras de tantos clásicos de Jerry García y los Dead), disco que acaba de llegar a mis manos hace pocos días. Las 13 canciones de Patchwork river -simplifico: country de autor en múltiples derivaciones, más blueseras, más folk, más rockeras- crecen como flores en el oyente. Qué buenas y qué sencillas son. Y la voz de Lauderdale. Yo, que canto en una banda, trato de desgañitarme a cada verso, pensando que está bien eso de empotrarme en las orejas de quién me escucha, como un puto trailer, cero elegancia. Jim Lauderdale es un ejemplo de que si tienes personalidad, oficio y talento, puedes llegar al alma sin necesidad de rajarte las cuerdas vocales. En El dorado, la mágica Up my sleeve, o en Alligator Alley, este hombre firma preciosos momentos que recomiendo ya a todo el que se pase por mi blog.
Accept se presentaron en Razzmatazz 2 (previo paso por el escenario de un anacrónico grupo sueco salido del Ruskin Arms vía máquina del tiempo) con su nuevo prenda de vocalista, el hombre que, en definitiva, ha hecho que cuele el invento de Wolf Hoffman. Las cuerdas vocales y la actitud de Mark Tornillo no dejan que los clásicos de Accept se duerman en la rutina, el crápula de la perilla blanca agarra los versos que cantaba Udo como un tigre enfermo de rabia. A ambos lados Peter Baltes y el propio Hoffman están en plena forma, imponentes. Accept, con ese Blood of Nations del 2010 como prueba, están aquí para quedarse. El concierto fue duro, perfecto a nivel de repertorio, nos merendamos un montón (¿todo?) del clásico Restless & Wild, más Metal heart, la impagable Love Child, Balls to the wall por supuesto, o viejos coches como Burning o Starlight; y también fueron cayendo agradecidos trallazos del nuevo disco, aunque creo que falló la fantástica The Abyss. Ningún pero, Accept van a lo que van, saben que se juegan la hipoteca y no pierden el tiempo. Han vuelto mutados, duros, sucios y plénamente conscientes de lo que han de hacer.
Algo pasa en el mundo de la cultura, en como consumimos cultura, en la velocidad y la voracidad que nos impulsa a comprar-descargar música como posesos, sin dejar que las cosas reposen y la sustancia artística sedimente en el alma. Mi teoría es que a la mayoría de la población, la música le importa una mierda. Ya no pesa, ya no fabrica conciencias ni pule sentimientos, ya no mueve a la acción, ya no es espejo de nada. Vale, paro. Otro arrebato de los míos, es como beber demasiado, no debería. La culpa la tiene el último disco de Mary Gauthier, que debería sanar más almas, miles de ellas, que las cuatro que habrá sanado desde que se editó hace pocos meses. He seguido la carrera de esta mujer de pasado oscuro, infancia dramática (su niñez huérfana es el hilo conductor del disco), con discos solitarios (resuena siempre en sus reseñas el nombre de Lucinda), áridos, historias de rulot, extrarradio, SIDA, cárcel y alcohol, aquel Drag queens in limousines (2000), el mejor Filth & fire, Between daylight and dark del 2007... Postales que aconsejo poseer a quién ame a las Lucinda o Gillian Welch de este mundo. Ahora con The Foundling, Mary Gauthier firma su disco más sentido, más dulce, cruel, su mejor obra. No destriparé nada, pues si consultáis el blog amigo Rock & rodri land, disfrutaréis ¡os emocionaréis! con un fabuloso post que hace justica a The Foundling. Estoy que no salgo de canciones como The orfan king, Blood is blood, o March 11, 1962, esta última relatando una escena madre e hija absolutamente espeluznante.
Lo bien que van estos documentales "cinematográficos" (como el de Tom Petty, Lemmy, Anvil...) para reavivar el interés por muchas bandas. No sé si Rush conseguirán nuevos fans con Beyond the lighted stage, pero seguro que hacen que viejos rushólogos como yo (masculinos, un poco inadaptados, un poco raros, según ellos mismos nos definen en la película) sonriamos de satisfacción. El documental repasa toda una carrera, y toda una forma de ser en el rock; como en aquella maravillosa perla que compusieron en los 80, Marathon, no se trata de lo rápido que vayas, sino de lo lejos que vayas a llegar. Y Rush han llegado muy lejos sin comprometerse con maquinarias comerciales (hace bien poco hicieron su primera aparición televisiva para ser entrevistados), haciendo música seria y trabajando como bestias en conciertos de tres horas. Profesionales, inteligentes, aburridos y discretos. Pero la música está ahí, y Rush tienen una discografía, bien repasada en la película, que no hace sino revalorizarse con el tiempo (aunque no me gusta que le den algún que otro palo a la etapa de sintetizadores de los 80, mi favorita), un océano de casi 40 años en el que perderse. Termina Beyond the lighted stage con la banda interpretando esa preciosa Far cry de su último disco Snakes & arrows. Música viva, poesía y tecnología, pasión y matemática. Y tres amigos de la infancia (impagables los videos caseros con un Alex Lifeson adolescente y pasota en la mesa de comer, con unos padres que ven que no podrán sacarle el veneno del rock n´roll al chico ni con fórceps), que siguen siendo tres amigos con 60 años, y no conciben más Rush que el que forman ellos tres. Una bonita historia.
Aprovechando que este domingo me destrozaré las cuerdas vocales aullando Fast as a shark y Metal heart en la Razzmatazz, con la visita de Accept 2.0, es decir, Wolf Hoffmann, Peter Baltes y ese estibador de cojones que es Mark Tornillo, adjunto un video del por otro lado excelente, envidiable, That Metal Show (en VH1), una especie de tertulia Intereconomía del Metal, donde se habla, se discute y se disfruta charlando de bandas como Dokken o los mismos Accept. Un sueño de programa presentado por verdaderos empollones del género, la versión metal de aquel ¡Qué grande es el cine! de Garci. VH1 me hacía gozar hace unos pocos años cada viernes con VH1 Rocks, no había cena en la calle Aragón entre Villarroel y Urgel que no incluyera en el pack ese gran espacio con montones de clips de AC/DC, Van Halen, Priest etc.; igualmente, ahora está bien repasar algún That metal show de vez en cuando en Youtube.
Muchos dicen que Elton John, esa albondiguilla de la que todos nos hemos reído alguna vez, se está redimiendo de su terrible pasado comercial con este disco junto a Leon Russell. Bien, habría que decir que Elton John lleva años redimiéndose, editando discos notables, seguros y de calidad (otro debate sería si tan malas eran aquellas obras de los 80, para mi muchas eran fantásticas- Reg strikes back, Two low for zero- pero ahí interviene el desconocimiento general y el tópico; por no hablar de los insensatos que no saben que Elton John grababa dos o tres obras maestras por año en los inicios de su carrera), y habría que añadir que ha sido el propio Elton John el que ha rescatado a Leon Russell y no al revés. Aunque supongo que los dos se han hecho un favor mútuo en nuestro beneficio con este The Union, que si bien no pasará a los anales, esa no es su intención, si es un sentido ejercicio de buen gusto, piano y nombres como luceros: T Bone Burnett produciendo, una banda con Marc Ribot y Jim Keltner, participaciones de Neil Young, Brian Wilson... Gone to Siloh, esa perfecta Jimmie Rodger´s Dream donde nada falla (ahí está Bernie Taupin y esas letras tan reconocibles), There´s no tomorrow, que tan bien calzaría Joe Henry.... No es un disco de cotas altas, nadie se rasga las vestiduras durante estas 16 canciones, pero como digo, las canciones fluyen de maravilla, a veces acercándose al lado pop de Elton John, otras veces recuperando aires country. Pero Elton John también hizo country (Tumbleweed connection, qué disco), y ahora (no puedo hablar, por desconocimiento, de la carrera de Leon Russell) disfruta de forma un poco más sencilla la música y de su status.
El disco homónimo de debut de Blue Murder, la banda que formó John Sykes con el viejo coloso especialista en trabajos temporales bien remunerados (¿TTBR?) Carmine Appice (aprovecho para lanzar gratuitamente un titular de demagogia rockera: No me gusta como toca la batería Carmine Appice, tampoco me convence su hermano, y creo -¿seré el único?- que Cozy Powell, que por cierto grabó las primeras demos de Blue Murder, fue un batería carismático pero muy, muy sobrevalorado. Ahora, pegadme); Sykes, Appice más Tony Franklin al bajo, y producido por Bob Rock, Blue Murder es el disco de hard perfecto para el periodo 1987-90. El disco por el que perdían el culo Kiss y el mismísimo Coverdale, que empezaba a zozobrar con la continuación de 1987 (Slip of the tongue, que por otro lado me parece un buen disco). Hay en estas canciones un montón de buenas ideas (Sex Child lo tenía todo para convertirse en un standard hard rockero de la época), y un tipo, John Sykes, en plenitud de confianza, vengándose del trato que recibió en Whitesnake, donde Coverdale exprimió sus neuronas y le dejó luego tirado. El hard de Blue Murder, y el de la época, era americanizado, grande, satinado, de confección elegante, canciones muy producidas, de curvas sinuosas y sonidos elevados. Ya no se follaba en el barro ni en los baretos, sino en coctelerías de luz azulada situadas en la azotea de algún rascacielos de Miami Beach, con señoras agazapadas a contraluz, pelo rizado y tacones de aguja. A finales de los 80 el hard que marcaron discos como 1987 o Blue Murder era pretencioso, esencialmente mentiroso, no era como aquellos Twisted Sister que se acercaban al adolescente y le decían tío, la vida es una mierda, sal y bébete una cerveza. Ahora había chicas impresionantes, pero estaban más lejos, todo era más distante, y ningún adolescente podía llevar esos peinados de ciencia ficción, ni pagarse un Tanqueray on the rocks en un local de moda de Miami. El rock duro se convertía en un pop ruidoso, barroco y de diseño (¡incluso Deep Purple lo intentaron con Slaves & Masters!), canciones afectadas y de contornos suaves. 9 semanas y media. Pero había talento, y así, discos como este Blue Murder, con canciones muy elaboradas no solo en producción sino en estructuras, funcionan a las mil maravillas en el estado mental correcto.
A la primera escucha, Invariable Heartache ya tiene suficientes argumentos para convertirse en tu amigo íntimo para las próximas semanas; con más escuchas, lo será durante quién sabe cuánto. Se trata de un proyecto único, Kurt Wagner, líder de esa gran agrupación llamada Lambchop y Cortney Tidwell, cantante y heredera de la antigua discográfica de Naschville Chart Records. La historia es bonita. Chart Records era una pequeña discográfica country independiente que su abuelo convirtió en hogar de éxitos interpretados por artistas jóvenes, se editaron montones de singles y algunos de sus artistas como Lynn Anderson llegaron a lo más alto del género; luego fueron sus padres los que se encargaron de mantener el barco. Cortney creció rodeada de country en casa, pero también vivió de primera mano las dificultades que les suponía a sus padres mantener a flote una discográfica como esa, la presión por fabricar éxitos... Cortney se hizo adulta odiando su propio legado familiar, hasta que décadas después del auge de Chart Records en los 60, hace las paces con su pasado de la mano de su marido y productor Todd Tidwell y el gran Kurt Wagner. Invariable heartache son 12 versiones de viejos temas del catálogo Chart Records grabadas por Cortney y Wagner. Una operación de rescate y actualización, y de redescubrimiento de la esencia de todo aquello que sonaba hace 40 años. Delicioso, perfecto. Lo vas escuchando una y otra vez y los ojos se te humedecen, qué alegría encontrarte con temas como She came around last night, o Incredibly Lonely, o la imparable Penetration, o todos, absolútamente todos. Es el mejor disco del 2010 que no ha figurado en ninguna lista de mejores discos del 2010. Heredero de los grandes dúos del pasado, de Marvin Gaye y Tammi Terrell, exquisito e imprescindible.
(Esta última, Today, versión de Jefferson Airplane, es un bonus track del disco que sin embargo no he encontrado en el cd)
Wikipedeando te enteras de cosillas. Por ejemplo, que el bruto batería de los actuales Scorpions, James Kottak, tocó con Ronnie Montrose a finales de los 80, o que Bill Church y el propio Ronnie Montrose participaron en el inagotable Tupelo Honey de Van Morrison (recomiendo disfrutar de los espléndidos artículos que le está dedicando TSI-NA-PAH al gran Van the Man). Y luego giras la carpeta del vinilo del primer disco de Montrose (1973) y lees que Ted Templeman produjo este torpedo. Poco puedo contar de Montrose que no sepáis, es decir, nada. Que este disco quema asfalto como pocos, que en los setenta hay obras que huelen a gasofa y alquitrán, y que eso es irrepetible. Como defensor a ultranza de Sammy Hagar, me enorgullezco de que su carrera empezara de esta forma, marcando paquete al lado de Ronnie Montrose. Rockeando duro. Luego Sammy se salió de la banda y rubricó una carrera en solitario, en gran parte, tremebunda (Live 80, VOA, ese primer disco homónimo con una de esas portadas Hypgnosis que más me han obsesionado, y su carrera de los noventa para arriba, rica en discos rockeros más nutritivos de lo que pueda parecer), y ah, aquellos impecables discos de hard ochentero con los ahora insoportables, idiotas, hermanos Van Halen (¿Pero es que ningún fan de Van Halen se siente estafado después de tantos años de estupideces? ¿Nadie va a protestar? ¡Por favor!). Bueno, creo que Rock Candy, pesada, densa y sucia, Bad motor scooter, tan Hagar, o Space station #5 son tan buenos argumentos como los temas restantes de Montrose. Mete el disco en la guantera y que arda la carretera. Rock USA 100%.
Hay que subir el ánimo, decir basta a los problemas, arreglarse y salir esta noche. Para todos los bolsillos, algunos restaurantes -clásicos en este mi blog- que ahora me vienen a la cabeza...
La mejor barra que conozco... es la del Coure (Passatge Marimon, Barcelona), no más de cuatro metros de barra donde probar unas croquetas de carn d´olla insuperables, un tartar perfecto, una coca de sardinas... Varias veces hemos ido, ninguna decepción.
La mejor carne que he comido... en los últimos tiempos, la del Casa Paloma, uno de los locales más vibrantes de la ciudad. Un invento que funciona como un reloj. Arriba, carnes de todo tipo prohibidas a pesados vegetarianos, barra de tatars, y algo de pescado, como un delicioso tartar de salmón con crema smitana. Abajo, bar-coctelería para rematar con el gin tonic.
Ruido, lío, bullicio... Y más barras, pasear por el decadente Raval tiene ahora sentido si paro en el Cañete, teatrillo a la andaluza donde el tapeo hace ruido y bullicio. Hay tapas mejores que otras, pero el local está en su apogeo y el ritmo en cocina va que pita.
Más... Tradicional es la comida que hacemos en el San Telmo el día de Reyes. Ha tenido épocas de servicio más mimoso, pero las carnes siguen siendo de primera calidad, y las empanadillas mejor que nunca.
Bistronomics... Como el Caldeny, pequeño local con menú ajustado a mediodías, un trabajo magnífico con la carne y ajustadas ambiciones gastronómicas.
Una estrella Michelín ha recibido el Hisop, merecida o no en comparación con otros, pero una comida en este local, situado en frente del Coure, son dos horitas de tranquilidad y buen producto. He comido algún arroz fantástico, la última vez una lubina deliciosa, una cocina medida, bonita, que sabe lo que se trae entre manos. Suerte para ellos, ahora que el nivel de exigencia, y de crítica, va a aumentar dramáticamente.
Improvisar es fácil si lo haces en forma de hamburguesa, como las de La Burg, las mejores, las más cuidadas, buey forever, mejor propuesta esta que la del Filete Ruso, en la calle Enric Granados, de los mismos dueños, que no acabó de convencernos. Por cierto, las hamburguesas del Saltimbocca han acabado por gustarme, aunque esta pizzería ha tenido mejores momentos, seguro, como los primeros meses después de inaugurarse. Lo sé de buena tinta, vivo cerca.
Y arroces... Pues el estilo castizo, grasiento, tragaperras y ceniceros llenos de colillas (ya no) en La Perla, Poblesec, y más cool en La Mifanera, con un chef super especializado en la materia.
Son los que me vienen ahora. Y como es habitual... ¡Siempre acabo hablando de los mismos!
Darkness on the edge of town fue el primer disco que verdaderamente sentí de Bruce Springsteen. No entendía canciones como Factory o Racing in the street, demasiado serias, introspectivas, pero en cambio Candy´s room, Prove it all night o incluso Something in the night se grababan a fuego en mi corazón sin que ni siquiera me enterase. Debía tener diez años o así. Por eso estas diez canciones siguen teniendo una significación especial, escuchar algo del Darkness me pone de un humor particular, es el disco más mio de Bruce, el que experimento de forma más íntima, aunque no sea ni mejor ni peor que Born to run y The river. Ando pues estos días manejando la caja Darkness on the edge of town, escojo momentos muy concretos para abrirla y gozarla, hay poco tiempo claro, trabajo y fiestas familiares, pero recomiendo citarse de madrugada, y escenificar la ceremonia con cerveza, la ténue luz de una lámpara y mucha tranquilidad por delante. Darkness on the edge of town, noche, soledad, carreteras, desesperación, el fin del sueño y a la vez la luz al final del túnel, el último aliento del derrotado, la promesa. Darkness... significa muchas cosas, y puede ayudarte en muchas fases de tu vida, como medicina crónica funciona siempre, a los 15 y a los 60 años.
Ahora, con esta gigantesca caja, más el primer material inédito de la época escuchado en Tracks, el mundo ya tiene el puzzle casi completo. Escuchando el doble cd de outtakes The Promise, vuelvo a quedarme sin palabras ante la creatividad compulsiva de Bruce, tantas canciones por las que tantos matarían y que él se limitaba a tirar a la basura porque no encajaban en el concepto del disco. En ese sentido, escuchadas todas estas canciones deshechadas, concluyo que Darkness..., el disco oficial, es perfecto tal y como se editó. Bruce escogió bien los temas, y de la inicial Badlands hasta la propia Darkness on te edge of town, la magia y el mensaje fluyen de forma perfecta, por algo se trata de una obra que se renueva a si misma a cada escucha, y conserva toda la rabia y el corazón tantos años después. Hace mucho tiempo coleccionaba material de Springsteen, siempre he sido fan, pero durante un par de años fuí un insoportable fanático de esos que muchos rockeros miran frunciendo el ceño; por entonces, antes de la era internet, me hice con vinilos que encerraban en sus cutres portadas canciones extrañas para mi como The iceman, The promise o Preacher´s daughter. El sonido pésimo de aquellas grabaciones no impedía que me quedara absorto ante unos temas que, daba la sensación, solo yo conocía. Existía el Bruce oficial, y luego el Bruce secreto, con docenas de canciones maravillosas que el mundo no conocía: Restless nights, Loose ends, The promise, Murder Inc... Ahora que son oficiales gracias a esta caja y a Tracks (aunque todavía hay joyas sin oficializar: esa misma Preacher´s daughter, o la dulcísima Cindy de las sesiones de The river, o... tantas otras de las que no tenemos ni idea), ahora que lucen remasterizadas y limpias, me siguen emocionando, y me alegra que por fin hayan quedado oficialmente desenterradas, pero las prefería en esos vinilos sucios y carísimos, tonterías de la nostalgia.
Darkness..., el disco, vuelve en esta caja más potente y profundo que nunca, mientras que este doble cd de inéditos revela preciadas tomas, entre otras, una bonita toma de Racing in the street (aunque la editada en Darkness... es insuperable), unas cuantas golosinas pop salidas del armario del cuarto trastero de Phil Spector, Someday (we´ll be together), tremendas piezas muy en la onda de lo que tenía Bruce en la cabeza por entonces, y que parecía que le salían a centenares, como Wrong side of the street o Save my love, y simples y llanas obras maestras: la evocadora The promise, el mito definitivo del fan springstiniano, y la redonda Because the night. Otra de las cosas positivas que sacas escuchando estos temas es comprobar como Bruce intercambiaba fragmentos musicales, versos, solos, entre canciones, hasta dar con las proporciones perfectas en la canción definitiva. Así, Come on (let´s go tonigh) es Factory sin la letra de Factory, o Wrong side of the street tiene partes de Loose ends, por poner solo dos ejemplos. Este mecanismo creativo queda más claro disfrutando del libreto en el que se presenta la caja, reproducción del cuaderno donde Bruce bosquejaba las letras de Badlands, Prove it all night y las demás. En estas deliciosas hojas observas de primera mano su modo de trabajo, como remueve las piezas entre las canciones, añade esto aquí y quita lo de más allá, como un alquimista o, él mismo díce en el documental The making of Darkness on the edge of town, como un mecánico con las piezas de un coche. Este doble cd de inéditos, en el que no todas las canciones rayan a igual altura, aunque no bajen del notable, es pues un regalo de valor incalculable, como si el joven Bruce de 27 años viniera a visitarnos del pasado con un par de nuevos discos bajo el brazo.
Pero la caja Darkness... es esto y mucho más. En el apartado audiovisual, el tema alcanza proporciones orgásmicas. El documental sobre la creación del disco contiene maravillosas escenas de creación y camaradería en el estudio, con la que por entonces era la banda de rock más potente del mundo. Las claves de las canciones de Darkness..., de como funcionaba todo entre Bruce y la E Street, la importancia de Miami Steve, de John Landau, todo está ahí, y en las declaraciones actuales del propio Bruce e incluso del hombre al que tanto odiaban los fans del boss, ese Mike Appel que le hizo la vida imposible entre 1975-78, y que ahora nos enteramos que es tan amigo del boss. El tiempo lo cura todo. Gracias por cierto a los problemas que le dio su antiguo manager, este Appel supuestamente diabólico que le impidió grabar durante tres largos años, Bruce acumuló parte de esa frustración que mutó en la rabia y el compromiso, que supura por todas estas canciones, así que mucho debemos agradecerle a este personaje. The Promise: The making of Darkness... es una película fantástica, de verdad, indispensable para tener una visión de 360º de lo que sucedió en aquellas complicadas temporadas 77 y 78, que tanta buena música produjeron.
Más viandas. También se incluye en la caja un concierto de los actuales Bruce & the E Street Band interpretando íntegro el Darkness, una presentación escénica seria, robusta (por cierto, no está Nils, ni la pesada violinista que tanto ha contaminado el sonido de los últimos discos de Springsteen, supongo que para evocar la formación original que grabó Darkness...), nada que decir de unos tipos que pasan de 60 años y que siguen haciendo las cosas tan bien. Hay más, claro, pero me quedo con la joya de la corona, la locura de concierto del '78 en Houston, que está llamado a rivalizar con el clásico video del concierto de Largo del mismo año, que consumí hasta el hartazgo en mis años de fan. Si bien el Bruce de la gira de The River me parece que es el mejor Bruce que ha habido nunca, el más rockero, el que iba más a lo que iba, el que te noquea durante tres horas sin mediar palabra, este es igual de sobrehumano. A los que se cepillan a Springsteen con cuatro tópicos idiotas, o a los que siguen pensando que el mejor Bruce es el de la cinta en la cabeza, los brazos musculados y la bandera USA, se les puede obligar a visionar este concierto, uno de los mayores espectáculos de rock n´roll que uno pueda presenciar. De cuando una noche tras otra, se terminaba con Quarter to three en un sensacional desparrame de energía, y Prove it all night empezaba con aquel solo hiriente de Bruce, y Mona / She´s the one eran una fiesta y... En fin, Darkness on the edge of town como nunca lo has soñado. No ha sido mi regalo de reyes, pero sin duda es el regalo de reyes.
En el último curso de guión, ella era siempre la primera en llegar. Al entrar para preparar la clase, me la encontraba ya en su sitio, silenciosa, leyendo a Chuck Palahniuk. Tiene una voz, un físico y una actitud que miran hacia dentro, es poco dada a la conversación vanal, luce camisetas de Nirvana, y alterna revistas de heavy con literatura y un mundo interior, seguro, lleno de contradicciones y claroscuros. Ella no es convencional, con 18 años es de largo la más joven del grupo, y sin embargo la que primero interviene, pregunta, propone en clase. Su proyecto era un poco vago, la idea una locura, sin embargo pronto vi que detrás de aquella idea había algo más, y que ella tenía muy claro como iba a ser su guión. Pero nadie tuvo la película en la cabeza hasta que no nos enseñó el cómic que había dibujado años atrás, como trabajo en la escuela, en el que había basado la idea para el proyecto. Nos mostró las viñetas sin darle importancia, mirando a otro lado, y entonces vimos como esos dibujos, esa sencillez del trazo, de la historia, te llevaban al corazón de lo que quería contar, y lo hacía a su manera, con sus reglas y su lenguaje. Dos hojas dibujadas por una adolescente que son una maravilla. Ella ya tiene una voz propia, cuando muchos emplean años de oficio en encontrarla, si lo hacen. Entonces yo me sentí un obstáculo, mis consejos, mi aplicación de ciertas "reglas" (algo que trato de evitar, pero no siempre lo consigo) a la hora de crear una historia no hacían sino cortarle las alas. Es tan joven, su mente en contínua explosión, que lo que menos necesita es que alguien le corte por aquí y por allá y le marque un camino concreto a seguir. Hay que darle confianza, poco más. Ahora sus ideas deben expresarse líbremente, y yo debo cogerlas con pinzas y no toquetearlas con mis manos manchadas de teorías e ideas preconcebidas, porque entonces perderán la intensidad de aquellas dos hojas de cómic que tanto decían, sobre su historia y sobre ella.
Venga, blues para calentar las primeras horas del 2011. Es increíble que haya bluesman en activo como Buddy Guy, quién en los cincuenta ya se pateaba todos los garitos de Chicago. Germen del estilo de gente como Eric Clapton, admirado hoy por amantes del rock y el blues, este hombre se pasó décadas enteras en las catacumbas, olvidado por la industria. Ahora puede grabar discos como este Living Proof, donde nos habla de su vida y de como se ven las cosas a los 74, o tocar con los Stones en la película de Scorsese, y sentir que hay miles de personas que le agradecen que esté ahí. Suena Living Proof de fábula, escucha Stay around a little longer, y cuéntale al señor, como hace Buddy, que todavía tienes mucho que decir en esta vida. El buen blues no se limita a regodearse en la tristeza, el buen blues te muestra la salida, y te dice que las cosas valen la pena. Buddy Guy es prueba viviente de ello. Añado un video de un concierto reciente, con un bienhumorado, joven Buddy sacando a pasear una vez más Hoochie Coochie Man. Enjoy!
Es curioso, hace ya un montón que lancé este blog sin preocuparme demasiado por si alguien lo leía o no, hasta que fueron apareciendo -bueno, a muchos los fuí buscando- blogs amigos y lectores, y me empecé a sentir responsable de este, mi espacio. Aquí pongo yo las reglas, puedo venir a relajarme o a estresarme, aquí se escucha rock n´roll, se come bien y se bebe mejor. Este es un espacio de dudas también, porque escribir sirve para dudar de forma que quede bonito. Mi blog me define bastante bien en todas mis contradicciones, y mi blog siempre me recuerda que hay que tener esperanza. Y espero un buen año que viene, como siempre tengo cosas en la cabeza, proyectos y cosas que quiero hacer, y algunas mejoras en mis circuitos también. Hace años me dije que la treintena era la mejor edad de la vida, y quiero luchar para hacer realidad ese pensamiento. De momento no me ha ido mal, pero necesito un salto, también un cambio y un voto de confianza por lo hecho hasta ahora. Todo en uno. Y hablando de hoy en concreto, permitámonos ser felices en una noche tan dada a las gilipolleces. Pasé algunos fines de año entre los 18 y los 25 de los que no quiero ni acordarme, por eso como que le tengo miedo a esta noche en la que todo el mundo sale a comerse las farolas a partir de las 12. Relax, eh. Hoy en casa se cena lubina, se bebe La Montesa, ya aguardan dos bolsas de hielo en el congelador, y en la nevera una botella sin estrenar de Seagram´s y tónicas. Bien, creo que con eso vamos por buen camino. Bon any nou.
Me fascinan los orígenes del metal extremo, del trash, death, black metal... Mis audiciones son experiencias íntimas, en las que Testament, Inmortal o Celtic Frost inundan indistintamente mis orejas de rabia y maldad. Así, de vez en cuando me paso un par de semanas en un trance de apocalipsis metálica, y buceo en los orígenes del trash, el death y todo eso. Ya he hablado alguna vez aquí de grupos como Possessed (siempre hay que reivindicar Seven Churches como un disco de valor histórico incalculable, cuya audición todavía hoy día acojona), Celtic Frost, Bathory... puntos de origen del metal extremo que ha arrasado con las mentes de tantos millones de jóvenes. Y también he citado alguna vez a los descubridores de la piedra de rosetta del trash, moradores de la Bay area de San Francisco, atacados por el acné y la rebeldía, los Exodus, Testament, Megadeth & Metallica claro, Slayer, Anthrax... De todos ellos me fascina que brindaran obras tan importantes cuando a penas eran adolescentes con ganas de beber cuantas latas de cerveza pudieran (Possessed tenían 15 años, putos mocosos). Otra banda de la prehistoria trasher es la que escucho ahora mismo, el trío alemán Destruction, representantes de la rama europea del primer trash junto a grupos decisivos como Kreator. Destruction, todavía en activo, eran tres adolescentes con ganas de dar ostias, y a buena fe que las daban en su Ep Sentence of death (1984) y el Lp siguiente, Infernal Overkill (1985), digno de figurar en una lista de los veinte o veinticinco discos de metal más importantes de la historia. Las pintas que gastaban eran tremendas, tres freaks con cinturones de balas robados del backstage de Lemmy, rostros pálidos y una creencia absoluta en lo que hacían. Como tantas bandas extremas de la época, se trataba de inadaptados escolares que vivían del intercambio de cintas de grupos oscuros, y se sentían herederos de Mercyful Fate y los sonidos de la New Wave of British Heavy Metal, solo que ellos veían que era posible hacer 100 veces más ruido y tocar 100 veces más rápido que Iron Maiden. Destruction van a todo trapo, aunque menos que otras bandas trashers, matizan bien los solos, los riffs, y las guitarras rítmicas, y te aseguran buenas dosis de pasión metalera.