Me hizo ilusión que Carlos Boyero, en una de sus charlas para El País, destacara la actuación de Van Morrison en The Last Waltz como el momento musical más impactante que ha visto jamás. Entiendo perfectamente lo que dice. La primera vez que visioné la peli de Scorsese, comprada con sudor en un videoclub de barrio, me impactaron las actuaciones de Dylan (ese Baby let me follow you down me ardía), incluso me molaba el tema que Robbie Robertson y el resto de The Band tocan con Neil Diamond ¡me gusta Neil Diamond! y por cierto, no me acaban de entrar las entregas que ha firmado este junto a Rick Rubin; Neil Diamond siempre tuvo un toque Vegas que es lo que a tantos nos gusta de él y que pierde con la sombría y desnuda producción de Rubin. No sé, hay tantos momentos inolvidables, me recuerdo en clase, en primero de BUP tarareando a Dr. John (¡Such a night, sweet confussion, under the moonlight!) sin que nadie entendiera nada. Pero el Caravan de Van Morrison tiene un mecanismo de explosión que, tantos visionados y audiciones después, sigue intacto. Poco habrían ensayado el tema, se nota, pero Van the Man va haciéndose un hueco durante todo el tema, tratando de meterse en un solo de Robbie hasta que, una vez en posición, eleva la parte final hasta las estrellas. Luego, distante, decidido, con el deber cumplido, abandona el escenario sin más. Algo de razón tenía Carlos Boyero, seguro.
Billy Gibbons parece que se haya tragado una garrafa de arena antes de ponerse a cantar, se mueve como una marioneta colgada de un cactus en medio del desierto, es espigado y elegante a su manera, divertido, y toca con un temple y una calma que, disfrutada en directo, asombra. ZZ Top llevan haciendo el mismo concierto desde tiempos inmemoriales, pero vistos ayer en el Poble Espanyol, todas sus rutinas, ponchos, guitarras, coñas, gestos sutiles, su buen rollo y ese sonido a desierto tejano y a tequila, visto el motor funcionando a su calma y precisa velocidad, no puedo sino más que sentir admiración. Los años repitiendo lo mismo, tantos La grange, tantos Cheap Sunglasses, tantos Jesus left Chicago, y aún así, todo suena con vida y con gracia. Gran concierto, gran ambiente en un lugar, el Poble Espanyol, en el que es fácil disfrutar de un concierto. Waitin´for the bus / Jesus left..., el segundo y tercer tema, me pusieron la piel de gallina; hubo momentos de blues pantanoso y denso, de Hendrix, y en general, una reposada y satisfecha felicidad por haber gozado de una banda inmensa que sigue en forma.
Escribe lo que te pase por la cabeza, no esperes ni pienses. Pensar enreda las ideas que todavía están mamando la sustancia mágica, no pienses y escribe, nota como el ritmo va tensándose, como las capas van cediendo y te acercas a algo, de nuevo, mágico. Tu vida es igual de fascinante que la de otro, espera, no, tu vida debe ser escrita. Coge una parte, un detalle, déjate llevar por una tontería, enrédate como un gato y el ovillo de lana. Haz un mejunge que nadie entienda, ya le darás forma, ya mejorará. Escribir es dejarse llevar, cuando quiero escribir algo y no paso de la intención me pongo enfermo, dónde está el "clic", dónde está mi "clic". Quiero palabras, quiero sentir el ritmo, que los dedos trabajen, que corran. Verticalidad, intención, decisión. Insiste, sácate partido. El problema de las miles de personas que tienen talento para escribir y no lo saben (de hecho, cualquiera puede escribir cosas bonitas) es que no se sacan partido. Se miran al espejo y no se ven guapos, y ni siquiera le sacan punta al lápiz porque creen que nada de lo que viven merece ser escrito. Puedes escribir de lo que quieras, necesitas encontrar el "clic", busca algo, haz tonterías en la libreta, en la pantalla. O como ahora yo, escribe lo que sientes cuando escribes, sé egoista, habla de ti. Frases cortas y certeras, dardos, ya verás como en casi todas das en el blanco. Luego te lo lees una vez, cortas aquí y allá (corta siempre, no alargues, no seas retórico, no seas poeta, queremos prontitud, energía, cadencia, músculo), y al fin, le das a "publicar entrada". Y mírate ahora, saciado, completo, un poco más feliz.
Sé que no tiene mucho sentido, pero la gente que no bebe ni que sea un culillo de vino en una cena de viernes noche me parece cuanto menos sospechosa. Vaya por delante que tengo amigos abstemios que no entenderán de qué coño estoy hablando. Pero beber -moderadamente o no, esa es tu decisión- es importante. Acompañar los buenos momentos (ya no hablo de los malos) con algo de alcohol afina los sentidos, abre perspectivas y desengrasa el espíritu. Es sórdida una vida dependiente del bebercio, como el tipo del bar de abajo de mi casa, que se fulmina varios cubatas cada tarde cigarrillo en mano, mientras su cría de tres añitos come patatas chips a su lado; pero también tiene algo de oscura una cena en, pongamos, El Celler de Can Roca, unicamente con agua mineral, o un concierto de blues con una triste Coca-Cola, o una conversación en el Dry Martini sin gin tonic o lo que se tercie. Me pasa lo mismo con los vegetarianos, ¿se puede vivir sin comerse uno un filete de vez en cuando? ¡pero cómete ese chuletón, hombre! Abstemios y vegetarianos, que sin condicionantes religiosos ni de salud, habéis decidido beber agua y comer tofu, os admiro. ¿Y fumar? supongo que muchos fumadores tampoco conciben la vida sin el encanto del humo flotando delante de su cara. Es lo que me ocurría a mi antes de dejarlo.
A los 11, 12, 13 años escuchaba a Neil Young, The Band, Dylan, Hendrix... Era fácil sentirse solitario culturalmente, con una música que solo tenía cabida en mi intimidad, y que podía compartir tan solo con mi hermano o en casos puntuales con algún amigo. Cuando empecé con The Band, un doble Lp recopilatorio que compró mi hermano, luego seguí con Before the flood, enseguida me sentí atrapado. A los 12 años no deberías sentirte atrapado por The Band, no es lógico, pero ahora empiezo a entender por qué me ocurrió. En muchas canciones de The Band había un sentido narrativo que me mantenía pegado al altavoz; me estaban contando una historia, épica, bella, grande, no sé cuál exactamente, pero en The night they drove old dixie down, The weight o en Daniel and the sacred harp, alguien me contaba un cuento extraordinario, y a qué chaval no le gustan los cuentos bien contados. Quizás era que mis padres no me explicaron muchas historias antes de irme a dormir, pero un hueco vacío se llenaba cada vez que escuchaba a The Band. Y así hasta ahora mismo, con todos los discos de Robbie Robertson, Rick Danko & co. en mis estanterías, con mil visionados de The Last Waltz a mis espaldas, con las carreras en solitario del propio Robbie, o del guardián de las esencias en que se ha convertido el gran Levon Helm etc. etc. The Band siguen siendo un granero donde reencontrarme con docenas de canciones increíbles, sorprendentes, ricas ¡qué músicos tan privilegiados!, y ante todo, noche, fogata, whisky y buenas historias.
Stage fright no es mi disco favorito de la banda, o quizás sí, tampoco importa. Es el tercero en su carrera, el disco en el que empezaron a distanciarse unos a otros fruto del dinero, las drogas y los egos. A partir de ese momento, grabarían grandes obras, pero igualar el trío inicial Music for Big Pink-The Band-Stage fright, eso ya sería imposible. Un disco de congojas (Stage fright, la canción), bellas historias (Daniel and the sacred harp, cómo me emociona cuando le toca el turno de narrar a Richard Manuel, "the sacred harp was handed down from father unto son..."), canciones contagiosas (The shape I´m in), y ese carnavalesco estilo de hacer rock rural americano (Strawberry wine), y etc. Con Todd Rungren de ingeniero y Glynn Johns a las mezclas, Stage fright es una excusa como cualquier otra de entre los ocho discos oficiales de The Band, para volverme a sumergir de nuevo en ese inagotable palacio de oro.
Cómo me gusta que se quieran tanto. Una mujer de las condiciones de Susan Tedeschi, buenos dedos a la guitarra y una de mis voces femeninas favoritas, y Derek Trucks, qué decir, el Iniesta o el Messi del blues; nadie toca ni suena como él, nadie manda como él, discreto privilegiado, al que en sus primeros tiempos en la banda de su tío, Allman Brothers, pocos tomaban en serio. Y Susan & Derek se deben querer tanto que ahora han unido a sus bandas respectivas y han compuesto una maravilla de blues y soul para alegría de ellos mismos y de nosotros. "Don´t let me slide into my dark side", canta Susan en el segundo y perfecto tema de Revelator, y me aplico el cuento, porque con canciones como estas, la oscuridad ya puede esperarse sentada. Participa Gary Louris componiendo algunos temas y el disco viene en un bonito envoltorio. Hoy tengo rondándome por la cabeza Bound for glory, ayer era la letra de Simple things. Cuánto me alegro de tener este disco para ayudarme a hacer del verano algo tan bonito.
Algo debe tener la decadencia, el timo y la sinvergüenza para que yo, como una mosca, revolotee tanto a su alrededor. Me debe gustar la mierda y el pringue, y por eso, mientras leo tantas maravillosas crónicas del Azkena en mis blogs amigos, yo voy y me meto en un concierto de Dio Disciples, el tinglado que han montado cuatro decadentes para pagarse la hipoteca. Tal panda de cochambrosos salen este mes en todas las revistillas y, encabezados por Simon Wright, ilustre agarrafarolas, siguen los pasos de Joe Lynn Turner, otro maestro en eso de la currículum-exploitation. Lo hacen justificándose: Wendy Dio les ha dado su bendición para que salgan a la carretera a cobrar por reinterpretar las canciones de Ronnie. Pero eso me da igual. A veces queda bien y cuela, otras es un desastre, y el de ayer era un espectáculo triste. Pero el rock n´roll siempre ha sido rastrero en este aspecto. Donde puedes mojar, mojas. De la banda amorfa que tocó ayer en Bikini solo salvo a Doro, que destila ilusión y porque los discos de Warlock son siempre fantásticos de revisitar. Los demás, peña que quiere pagar facturas o gozar de diez segundos de ¿fama? ¿cerveza gratis? No sé, paso, pero como me gusta revolotear alrededor de la mierda, voy y pago. No tengo arreglo. En otro orden de cosas, antes de la actuación de la pandilla de Dio Disciples, salieron The Rods, veteranos heavys USA, relacionados con Dio por su líder, David Feinstein, primo de Ronnie y compañero suyo en Elf. The Rods me gustaron, quizás profundice algún día en su discografía. Luego subieron al escenario Anvil, probáblemente la principal razón por la que estuve ayer en Bikini, a parte de la mierda, como ya he dicho antes. Anvil ya nos caen bien de entrada por el documental, y es difícil juzgarles sin tener en cuenta las imágenes de "Lips" Kudlow trabajando de transportista de catering escolar, o, ilusionado, tratando de saludar a un borde Carmine Appice que no sabe ni quiere saber quién es. Me gustan Anvil, me gusta su música, y tienen una clara importancia histórica. "Lips" no parecía contento con algún problema técnico, y andaba muy mal de voz, aunque puso para la galería sus muecas y sus solos. Unos Anvil sin más mecha que la justa, con un gran Robb Reiner a la batería, y con Metal on metal para terminar, claro. Embrutecido tras la experiencia post-mortem de Dio Disciples, me fuí a casa y continué leyendo crónicas del Azkena y esperando a ZZ Top.
Demasiado a la ligera se han juzgado los cambios estilísticos de Neil Young en los 80. Para muchos, Neil perdió la chaveta y no la recuperó hasta Freedom o Ragged Glory, ya en los noventa. Otros pensamos que, por diversos motivos, amplió sus registros sin miedo y sin necesidad de rendir cuentas a nadie (fue demandado por Geffen, hartos de no tener en nómina al Neil Young que todos esperaban). Discos como Trans, Old ways, Everybody´s rockin´, This note´s for you o Life juegan cada uno a estilos dispares: tecno-rock, country ultra tradicional, rock n´roll 50s... Pero de todos saco siempre buenos momentos cuando los escucho; por no hablar de las giras de la época, apoteósicas y nucleares como siempre (ese video de la gira Neil´s Garage, 1987 creo, es una fiesta, incluso me gusta el vídeo grabado en Berlín, con Neil y su jodido vocoder, y Nils Lofgren dando saltitos de un lado a otro). Por eso recibo con un aplauso, sombrero en mano y pajita entre los dientes, esta nueva entrega de los archivos youngianos. Se trata de A Treasure, formado por tomas en directo de su gira '84-'85, presentando mayormente un repertorio country. Delicioso compendio de joyas como Amber Jean, la aguerrida Are you ready for the country, Flying on the ground is wrong, la divertida Motor city, en la que Neil se queja de que se vendan demasiados coches japoneses cuando ellos tienen la verdadera Motor city en Detroit; o la blues Soul of a woman, todas en sus galas más campestres, violines, pedal steels, pianitos... A treasure incluye varios temas que nunca tuvieron cabida en los discos en estudio. Aquí hay mucha energía, y tranquilo optimismo por la vida, el campo y el sol.
Una banda es siempre un equilibrio delicado. Terminadas las jornadas laborales, nos juntamos cuando podemos y ensayamos. A veces hay que poner orden, son cinco cabezas pensantes, cinco ilusiones, cinco pequeños egos. Lo importante si tocas música es saber que es una parte bonita de tu vida, pero que no debe ocupar ni un centímetro de espacio en tus preocupaciones. Tocamos para divertirnos, no hay batallas que disputar ni dinero que ganar, nada más que hacer durante un rato lo que te gusta. Y hacerlo a fondo, pisando al máximo el acelerador. Dar mucha guerra. Este mes de Julio tenemos varias fechas (¡bien!), aunque la más chula es la del sábado día 16 en Barcelona, Sala Monasterio. Presentaremos nuestro disquito, Walk in the rain, y daremos mucho blues n´roll, mucha guerra y sudor, fijo. Solo me queda invitaros a que os paséis a saludar y a escuchar.
A muchos les pasa cada semana, a mi de vez en cuando. Alguien de mi entorno se me cruza y paso de un minuto a otro a despreciarlo. Independientemente de su culpabilidad o inocencia, o de si es un gilipollas, pasas a realizar juicios sumarísimos a cada gesto o frase de la persona en cuestión. Le marcas la "x", y todo de él te quema, y todo lo que haga es un argumento que apoya la tesis de que debes odiarle hasta reventar. Quizás haya personas de tu entorno susceptibles de ser odiadas. Pero es molesto, y no es constructivo. Odiar es tan fácil, como rajar de los demás, te hace sentir bien contigo mismo a un precio irrisiorio, perder el sentido ético y equilibrado de la vida. No me gusta odiar, ni rajar, por eso cuando alguien se me cruza me siento rabioso (por mi), porque no me gusta ser como tanta gente que me he encontrado en la vida, que viven y respiran para odiar, pero odios estúpidos, mezquinos, tonterías que se arreglarían hablándolo. Pero hablarlo y solucionarlo no nos hace sentir bien, nos gusta ganar, machacar. Odiar.
A cada metro que avanza este caballo llamado Black Country Communion, más noto un "sense of purpose", un sentido, un objetivo, una línea. Glenn Hughes, el alma del grupo, Joe Bonamassa, Jason Bonham y Derek Sherinian, más el productor Kevin Shirley, saben que tienen entre manos una bestia que saca humo y arrasa con todo. A penas pueden controlar la creatividad que explota en cada tema, en serio, no sé cuánto durará esta banda, pero asusta que saquen un segundo disco que no solo afianza lo escuchado en el primero, sino que, sencillamente, lo destroza todo. Es más heavy, más oscuro, más poético. El primer tema, The outsider (de nuevo, versos de Glenn para definir todo un disco y un estado vital: "I´m the keeper, you know my name, kill the reaper, feed the flame, I´m a rider, blood red sky, THE OUTSIDER", igual que ocurrió con ese impagable "I am a messenger, this is my prophecy...!" del primer volumen de Black Country Comunion), The outsider es lo que los yonquis de Deep Purple andamos soñando desde hace años (ese teclado, esos solos, esa intensidad); lo más Deep Purple que he escuchado en mucho tiempo. Un temazo, como el groove diabólico de Man in the middle, la sensacional concepción de un tema de Joe, The battle for Hadrian´s Wall, al igual que otra criatura de Bonamassa, An ordinary son, con un glorioso puente protagonizado por la voz angelical y furiosa de Glenn, y un pequeño fragmento de teclado de Sherinian que es una delicia, además de un estribillo rabioso, y el solo de Bonamassa bien arriba al final; o el blues según lo entienden estos tipos con Smokestack woman (otra que te imaginas interpretada por los Purple de Hughes & Coverdale)... Es un placer saber que todo esto ya lo esperábamos. Estaba seguro de que no fallarían con este segundo disco. Otra cosa es que no salga de mi asombro ante tanta contundencia y tanta magia.
En Hollywood siempre cuidaron la figura del secundario. Agnes Moorehead, Walter Brennan, Dan Duryea. Actores con carácter, que defendían a su personaje en un par de trazos maestros. Tenían que ser rápidos, porque salían menos en pantalla que las estrellas del reparto; captar la mirada del espectador en pocos minutos, y luego desaparecer. Pero también tenían que ser elegantes y generosos, aunque pudieran, no debían robar la escena al protagonista, tenían que dejar huella pero sin que se notase. Unos interpretaban siempre al amigo fiel del protagonista, otra a la clásica y malvada ama de llaves, o al conductor de diligencias borracho, o al oscuro chantajista de cine negro. Ellos estaban en la segunda línea, pero siempre me acuerdo que mi abuela tenía muy presente, por ejemplo, al ama de llaves de Rebeca. Mi yaya recordaba más a aquellos secundarios que a las propias estrellas. Estos días ocurre lo mismo. Clarence Clemons pasa al primer término, y Bruce lo mira, por última vez, desde el fondo del escenario. El último solo de Clarence, o el tópico que encuentres. Lo quiero tanto porque me ayudó a crecer, y sé que a muchos os pasa lo mismo. Bruce significó nuestra puerta de entrada al rock n´roll de verdad, y a quién veíamos a su lado sino a aquel monumental saxofonista. Nos asustaba, se hacía respetar, pero lo queríamos. La música tiene estas cosas. Clarence era un secundario que aparecía en momentos muy determinados, pero cuando lo hacía, ay cuando lo hacía. Todos podemos escoger nuestros momentos Clarence: Rosalita, Quarter to three, Jungleland, Thunder road. Era el hombre de la banda, y como he leído hoy, la conexión directa de Bruce con el pasado más dorado de la E street band. Era escuchar de nuevo su saxo y transportarte a otras épocas. Estos días resuenan muchas canciones y mucho saxo. Esta noche toca Thunder road, la original. Gracias por todo Clarence.
El legado de Rory Gallagher va explotándose por parte de su hermano Donald con pausa y elegancia. Los fans no sentimos que se expolie hasta el último lick del bueno de Rory, los familiares tienen derecho a seguir ganando dinero de él, y muy despacito van sucediéndose fantásticos lanzamientos. Notes from San Francisco está a la altura del recopilatorio de acústicos Wheels within wheels, aunque imposible que llegue al nivel de las BBC Sessions, o por supuesto los tres DVD´s en directo del Rockpalast, o el doble de Montreaux. Con un artwork precioso, formado por postales de una San Francisco que probáblemente ya no sea igual, encontramos en el cd 1 un compendio de grabaciones registradas en un estudio de San Francisco que iban destinadas a publicarse como continuación de Calling Card, de 1976. Finalmente Rory decidió posponer el disco, pulir los temas y editar el tajante Photo finish de 1978. Los temas son conocidos en su mayoría, versiones menos redondas y acabadas de los temas de Photo finish, más alguna que otra joya como Persuasion o Rue the day. Solo por volver a disfrutar de Fuel to the fire, ya vale la pena pagar por esto: hija de preciosas baladas de Rory como A million miles away, o Darling of the everglades, una maravilla. El cd 2 es Rory en su punto, servido en un concierto de 1979, formato trío, fuerte, duro, tremendo. Música de corazón.
Si se trata de dar un paseo por Sarrià, mejor pasar de largo el Tomàs, y sus cansinas bravas y su cansina fama, y subir hasta la Plaza Sarrià para comer unas tapas en El Canalla. Con una decoración de bodega vieja con toques modernillos, incómodo por sus mesitas redondas en las que a los diez minutos no cabe ni un plato más, El Canalla promete comer bien pagando poco. A partir de la carambola croquetas (deliciosas), ensaladilla rusa (imprescindible desde ya, un simple platillo de ensaladilla que bien vale volver) y el arroz mar i muntanya, sabroso, en su punto, vete a las carnes, o sigue con las tapas, tu eliges. Carta de vinos adaptada a todas las prestaciones, servicio joven y simpático. Local que no pretende, pero que con el buen tino que le dan a sus platillos, tienen garantizada peregrinación inter-barrio.
Deberíamos protestar por un concierto tan corto, igual que hicimos con los pobres 70 minutos de Cinderella. Y con más razón, porque visto lo acontecido ayer en Bikini, a Buckcherry les arde el fuego en cada segundo de concierto, y tienen mucha cuerda. Podría quejarme también porque Josh Todd se pasa toda la actuación tocándose su lindo peinado. Pero una vez dicho esto, hoy toca removerse de placer como un cerdo en el barro, después de un concierto de rock n´roll impecable. La energía de Todd es embriagadora (con una actitud entre bailarina y boxeador ¡qué juego de piernas a lo Holyfield!, no puedo dejar de pensar en lo que este tipo habrá llegado a follar), el carácter de Keith Nelson, sobrado, y sobretodo, la generosidad de un tipo como el pequeño Stevie D, comprometido al 200% con lo que hace, tuteando al público, uno a uno, haciendo feliz individualmente a los que tiene delante, disfrutando, gustándose, amando lo que hace. Para mi no hay nada más auténtico y bonito que un tipo como Stevie D. Buckcherry sudaron ante un Bikini rebosante, con temas de ese buen Jack con cola que es All night long, y regalaron momentos deseados, como el Lit up que nos abrió las puertas a su música, hace más de diez años. El hard rock se toca y se vive así, punto.
Muchos de los que estuvimos en la última visita de los hermanos Dickinson pasamos por el exiguo puesto de merchandising y nos hicimos con este delicioso directo, donde brilla todo el sonido blues swamp marca reg. North Mississippi Allstars, menos, ya lo sabemos, el bajista. Su visita nos colmó hasta el notable, con este directo grabado por el dúo en 2010, tu valoración puede trepar hasta el sobresaliente. La portada, fea de cojones, su contenido, adictivo.
Leo que Clarence Clemons ha sufrido un derrame cerebral. Tantos que nos hemos educado en todos los sentidos a golpe del saxo de nuestro Big Man, le deseamos ahora que se recupere. Clarence Clemons era el mejor lugarteniente de Bruce, su doctor McCoy particular, en términos trekkies. Yo de pequeño lo quería y me daba miedo a partes iguales. Lo de Clarence es carisma y punto. Ahí va un Quarter to three más ¡Ánimo Big Man!
Ahora que vuelven a Barcelona, y que en mi banda estamos haciendo una versioncita de La grange, me apetece hablar de ZZ Top. Vagos y apalancados como pocos, Gibbons y los otros dos hace años que funcionan al ralentí, mezclando blues tejano a ritmo chop-chop con sus hits de mediados de los ochenta. Arrancarles un disco con nuevas canciones es más difícil que arrancarle una decisión acertada a Zapatero, por más que llevemos años oyendo que Rick Rubin les producirá una nueva obra. Lástima, porque creo que con XXX, de 1999, el trío había encontrado un nuevo lenguaje blues. Sucio, embarrado y mohoso, grasiento y lento, embadurnado en lodo, tierra y tequila. Cómo me gusta XXX, Poke chop sandwich y las demás enchiladas sonoras requemadas y pegajosas de ese disco, y qué pena que no siguieran por ahí. Mescalero, su última entrega en estudio, sonaba parecido, pero eran unas canciones a penas esbozadas, balbuceadas en boceto, vagas y apalancadas, más o menos como son ellos. En directo sin embargo, la empresa funciona perfectamente año tras año. Ya no giran con montajes surrealistas como aquel tour de, creo, Recycler, en el que el escenario representaba un desguace de coches, con una grua que iba trasladando piezas de un lado a otro, y Dusty y Billy tocando encima de esas cintas móviles para correr. Era gracioso y desmesurado. Ahora afinan la propuesta con sus éxitos, cero riesgo y un control de calidad que siempre les ha funcionado. El sonido ZZ Top parece fácil, pero ese sabor, esa elegancia y ese extraño sentido del humor y del blues no los tiene cualquiera. Gibbons toca pocas notas, a veces parecería que se va a quedar dormido a mitad de solo, pero tiene una clase innegable. En el pasado crearon obras mayores como Tres Hombres, Degüello, incluso el dúo ultra comercial Eliminator y Afterburner, causantes al fin y al cabo de que ahora sean unos parásitos de su propio legado. Espero con ganas su concierto veraniego del Poble Espanyol.
Con la velocidad a la que corre todo a partir de los 30, uno ya ni valora que hace años, era inviable pensar que vería a Cinderella encima de un escenario. Ahora vas a Razzmatazz, miras, escuchas, valoras y llegas a casa con la opinión formada y a otra cosa. Como digo, todo corre mucho ahora, aunque para Tom Keifer haya sido una dura travesía hasta poder girar de nuevo en condiciones. Ayer lo pasé bien, las canciones sonaron bien, y hubo momentos en que me emocioné, como en la perfecta Heartbreak station, Nobody´s fool, Gipsy road... Pero eso se daba por descontado, como tener que pagar cuarenta euros por un concierto no mucho más largo que el que dieron en Madrid el año pasado, y eso que los promotores juraban que esta vez duraría más. Tom Keifer conserva buena actitud, y su voz funciona más o menos bien. Hay momentos en que berrea los temas, porque ya no es capaz de cuidar los matices, como en Don´t know what you got. Sigue acaparando protagonismo muy por delante del resto de la banda, y Cinderella siguen siendo candidatos a ser una banda de blues rock clásica (cuanto más lejos del sonido Night songs mejor, by the way), una referencia. Pero siempre candidatos. Sin canciones nuevas, sin riesgos, la carrera de Tom y los demás, ya en la que podríamos denominar "última fase", puede perderse. Llevan tiempo girando con estos temas, cómo es posible, podrían firmar algo con el espíritu de Heartbreak station, tratar de sacar sus conciertos del molde de grandes éxitos, estirarse en jams, darse un toque más Black Crowes en todos los sentidos. Pero ahí fallan, con conciertos de hora y veinte y sin música nueva, no hay nada que hacer. Y no me quejo, eh, lo importante es que ayer estaban ahí. La sala no estaba a reventar, supongo que por el exceso de conciertos y Azkenas, y el público satisfecho, aunque sin dar volteretas ni durante ni después de la actuación. A pesar de todo, bueno sería pararse y valorar que, por fin, he visto a una de mis bandas favoritas.
Si es que es normal que Tom Keifer se haya pasado media carrera como músico entre especialistas para ver cómo demonios le arreglaban las cuerdas vocales. Su voz debe salir del rincóm más insano y mugriento de su aparato respiratorio, y ya desde joven, se le notaba que sacar un concierto adelante le representaba más esfuerzo que a la mayoría. Pero qué estilo, qué seguridad con la Les Paul, con la Telecaster, qué clase. El carisma y atractivo de Tom era tal que dejaba a los demás miembros de la banda en un lejanísimo segundo plano. Lo tenía clarísimo, Tom sabía cuál era su posición en el escenario, como debía arquear el cuerpo, marcar los riffs, sudar y respirar; a su lado, los demás eran hamsters correteando de un lado a otro. Ilusiona saber que el viernes podré verle por primera vez, y entiendo que tendrá sus limitaciones, y que no será igual que en la gira de Heartbreak Station, solo faltaría. Pero será una bonita noche.
No me cabe la menor duda de que los primeros Rainbow con Dio, fueron más importantes que los Sabbath de Heaven & Hell, también con Ronnie. Como cualquier otro debate rockero estéril y caduco, me interesan este tipo de discusiones. Es importante tenerlo claro, si te quedas a nivel de importancia histórica con los Rainbow de Tarot woman o los Sabbath de Neon knights. Es una postura que debes tener clara, amigo. En ambos casos, la figura de Dio fue esencial para revitalizar las carreras tanto de Ritchie Blackmore sin Deep Purple, como de Iommi y los otros dos bigotudos, una vez Ozzy ya no estaba. La influencia de Dio en ambas instituciones resultó ser inmensa, y la capacidad de Blackmore & Iommi para verlo y solaparse con su personalidad también. Los Sabbath de Dio son unos nuevos Sabbath, más dinámicos y más metal, acordes con los tiempos que corrían, pero los Rainbow que formó Ritchie con la banda de Dio, Elf, sí eran algo realmente nuevo.
El Ritchie que salía de Deep Purple era un Ritchie enrabietado y desatado. Tenía, ahora sí, todos los medios a su favor (fuera Gillan, fuera el funky de Hughes etc.), más una nueva personalidad con la que congeniaba artísticamente, para crear lo que tenía en su cabeza. El estilo de rock duro medieval, fantasioso, con desarrollos clásicos pero también con blues, sustentado en la voz y la guitarra, tan pasional y épico, tan asesino y poético, es una de las piedras de toque de todo el heavy metal posterior. Había algo nuevo y radiante en aquellos Rainbow, escuchad Rising, escuchad On Stage, o los tres directos, im-pres-cin-di-bles, grabados en Alemania en 1976, que se editaron hace pocos años. Ritchie Blackmore al 100%: libertad y dictadura, tensión y armonía. La música dura se mueve bien en terrenos poéticos, por eso me fascinan esos Mistreated que interpretaban Rainbow en directo, del 76 al 78, con tantos pasajes bellos, luego otros dementes, con tanta libertad y prepotencia. Mucho se habla de lo capullo y prepotente que siempre ha sido Ritchie Blackmore, incluso muchos (aunque varios millones menos) han acusado a Dio de ser igual. La prepotencia está infravalorada. La prepotencia es buena, si la utilizan los superdotados. Los genios solo pueden expresarse mediante la prepotencia y el desprecio a los que no somos genios, un genio humilde quizás se esté dejando cosas en casa, por aquello de respetar a los demás. Ritchie no se dejaba nada en la recámara y lo daba todo de forma extraña y brutal, sin cortapistas y sin respeto ni por su banda, a cuyos miembros despedía y contrataba como le venía en gana, ni por su público, que asistía a conciertos, geniales o no, dependiendo de su humor. Los tres primeros discos de Rainbow tienen, en mi opinión, mayor relevancia histórica que Heaven & Hell y Mob Rules. Da gusto que el debate sea solo entre obras maestras.
Los hay que odian esos reencuentros, vía Facebook, de viejos amigos del colegio. No sé, como si hubiera un resentimiento por algo, o una necesidad de borrarlo todo y reafirmarte en que ahora eres distinto y que no necesitas que te recuerden que una vez fuiste un niño con gafas, parche, peinado a lo beatle y cara de empanado. Pues no eres tan distinto ahora. A mi me gusta que me lo recuerden, me gusta parar el reloj y juntarme de vez en cuando con cuatro o cinco glorias de la EGB y pasar una cena agradable. Hay tantos guiños que demuestran que somos exactamente lo que éramos antes. Es divertido, es una amistad que en verdad no es muy práctica, lo son más las que vas haciendo en el presente, en el trabajo, en la vida, pero sí en cambio es una amistad sólida, hay algo que nunca se apaga en la relación que tienes con alguien que te conoció de niño. Y si bien es algo sólido, conviene no removerlo demasiado, verse poco, guardar estas amistades en un armario que tenga que airearse muy de vez en cuando. Ser delicado, y que ese hilo tan fino que te une con el niño con bata que una vez fuiste, no se rompa nunca.
No sé si Pete Thowshend y su ejército de druidas del british rock n´blues con Steve Winwood y Ronnie Wood a la cabeza eran conscientes de que organizándole el concierto de comeback a su amigo Eric Clapton, enero de 1973, en el betusto Rainbow Theatre, iban a facturar uno de los conciertos setenteros por ley. Clapton salía del agujero en el que él mismo se había metido después de Derek 6 The Dominos, dos largos años en dique seco, sin subirse a un escenario hasta que sus colegas se empeñaron en organizar este sarao con fines caritativos. El mundo necesitaba a Clapton, y ellos lo sabían. La banda no es tal, es una superbanda en grado máximo, el repertorio es Clapton en su apogeo, con este concentrado, fuerte y confiado de nuevo, desde la inicial Layla (que convence esta vez en directo ¡no es fácil acercarse al nivel de intensidad de la original en estudio!), pasando por la llorona Bell bottom blues, Presence of the lord, Key to the highway, Let it rain... Esto es lo que Clapton ha ofrecido al mundo desde siempre, su herencia, en una interpretación colectiva que, creo, le sería difícil igualar en el futuro. Posteriormente Clapton trataría, de un modo casi enfermizo, de huir de su propio mito de guitar hero, cediendo glorias y solos a los otros guitarristas con los que trabajaba, y facturando un blues rock pacífico y tranquilo, aunque irresistible hasta discos como Another ticket, ya en los ochentas, años de indiferencia y pop-blues que prácticamente lo destrozaron (Phil Collins, ¿tenías que estar metido en todo?). Pero durante la noche de aquel 13 de enero de 1973, a Phil Collins no se le esperaba, y canción a canción, aquel pelanas alcohólico al que el mundo esperaba con ánsias, volvía a la vida mejor que nunca. Rainbow Concert es un cd clásico, buen compañero de birras de otros directos de la década, con los que quiero vivir y morir: Strangers in the night, Rockin´the Filmore, Alive II, Made in Japan, On Stage, Made in Europe y todos los demás.
Lo que más me duele de la decisión del Conseller de entrar a por todas en Plaça Catalunya, es que me hace perder toda esperanza. Si un gobierno es incapaz de negociar con una protesta acampada pacíficamente en la ciudad, si un grupo de políticos recién entrados en el cargo son incapaces de entenderse con gente inocente y pacífica que reivindica cosas con las que la mayoría estamos de acuerdo, entonces ¿cómo esperamos que negocien con criminales, por ejemplo, con terroristas? Si la política, que nos cuesta tanto dinero y tantos disgustos, negocia a golpe de porra, es que estamos mal, muy mal. No me extraña que hayan guerras que nadie quiere solucionar, crimen que nadie quiere combatir, crisis que nadie quiere resolver. Lo único que se les ocurre para quitarse de encima una protesta, o limpiar una plaza, es entrar a saco con los mossos. Podemos, debemos, discutir si esta protesta debería ser de una forma o de otra, pero lo de los mossos pegando a gente inocente (repito, ¡son gente que no ha hecho absolutamente nada!), no me lo puedo creer.