La familia Cream-Mountain es casi tan extensa como la Purple family, y seguir la pista de los Leslie West, Clapton, Bruce, Baker, Pappalardi, Laing etc. es una labour of love que puede llevarte toda una vida. Poco he oído hablar de la banda que en 1972 formó el gordo Leslie, recién disueltos Mountain, con su compañero batería Corky Laing y un Jack Bruce que ya había dejado claro con sus discos en solitario quién era el alma compositiva de Cream. La banda, West, Bruce & Laing fue un rocoso power trío de probadas capacidades blues rock a lo bruto, pero con sensibilidad para intensos medios tiempos rebosantes de melodía. Componían los tres, y se repartían las voces también. Why dontcha, el primero de los dos discos en estudio que firmaron, afianza el legado Cream, nos muestra a los tres músicos en estado de erupción total (The doctor es un temazo, Third degree, blues paquidérmico de Mr. Bruce, While you sleep, con todo el poderío soul de West...), y es otro tratado power trío de los muchos que surgieron en la época, y que tantas bandas jóvenes actuales fusilan sin vergüenza alguna.
Como es habitual, los barceloneses nos hemos lanzado a husmear como perros por la nueva Fábrica Moritz de Ronda Sant Antoni. Un proyecto ambicioso de la marca cervecera, gastronomía-cultura-ocio en el edificio de la antigua fábrica Moritz, cuya renovación ha diseñado el arquitecto Jean Nouvel. En mi caso, la parte cultural y ociosa del proyecto se reduce a bajar las escaleras para ir a los servicios y disfrutar de la arquitectura de arcos y corredores de piedra; es en la parte gastronómica en cambio, donde de verdad tengo ganas de extenderme.
El restaurante de la Fábrica Moritz está en la planta baja del edificio, y es una gran superficie que, cuando está repleta de clientes (arriésgate a ir fin de semana a la hora del aperitivo, valiente) se asemeja más a un comedor escolar. Aunque solo hay que adentrarse en la carta (amplísima, recogiendo todas las tradiciones taperas y bocadilleras de la ciudad) y empezar a pedir a lo loco para darte cuenta de que el proyecto gastronómico ideado por Jordi Vilà (Alkimia-Vivanda-Saltimbocca-Dopo) tiene una base sólida.
Las cañas de Moritz son obligatorias para refrescar el tapeo, e imprescindible también es la bomba, magistral y suave hasta que empieza a picar como es debido. Perfecta. Hay todo tipo de tapas, croquetas indispensables, mini-frankfurts como representación de la costumbre frankfurtera barcelonesa, un sandwich con huevo y panceta tremendo, un robustísimo bocadillo de pies de cerdo, pecaminoso y denso; mal las bravas, buenas las alcachofas. La quizás excesiva variedad de la oferta no parece repercutir en la calidad. Todo a buen nivel, a veces de notable. Hay detalles que me encantan, como que te sirvan el café en bandeja y con un vasito de agua. El servicio está ideado para que las cosas no tarden, hay movimiento y jaleo urbano. Horarios amplios, ideales para darte un banquete por la tarde al salir del trabajo.
A Mark Lanegan siempre se le va a pedir que vuelva a sus primeros discos en solitario (y unos cuantos inmaduros siguen reclamando una reunión de Screaming Trees), a Whisky for the holy ghost o Scraps at midnight, sino formalmente si en espíritu. Y con Blues Funeral no solo ha vuelto al gesto esquivo y arenoso que me enamoró, en verdad, ha vuelto a enamorarme. Y no era fácil, Lanegan ha creado un personaje borde, rugoso y arisco, y sus últimos proyectos, aunque respetables, habían dejado de interesarme. The Gutter Twins no dejó la huella esperada, y de los dos discos en los que le prestó la voz a Isobel Campbell me quedo con un greatest hits entre ambos. Aquí, Blues Funeral arranca bien desde la preciosa portada y los cuatro primeros temas, repletos de la calidez rocosa de esta gran voz. Bleeding muddy water es una oración laneganiana ya clásica, tanto como St Louis elegy, Phantasmagoria blues, Harvorview hospital o Deep black vanishing train, y sí, Riot in my house tiene algo de la banda de los orondos Conner; dos peros, Ode to sad disco me asusta al recordarme a James, y el power pop versión Lanegan de Quiver Syndrome se me hace largo y plano. El buen fan debería estar tranquilo, servirse su mejor ginebra y esperar a que estas canciones calen hasta los huesos.
La edad te gasta. Es inútil que críticos y escribas musicales traten de colarte cosas que no son. O quizás lo sean, pero tú ya no tienes el cerebro tan limpio y joven como para hacer sitio a diez obras maestras al día. Tus listas de los mejores del año se van reduciendo, o ya ni las haces, y ante cualquier supuesto buen disco, antepones con más ímpetu, inevitablemente, tu estado de ánimo. Ah, la pasión, todavía la sientes claro, pero es idiota pensar que después de un millón de discos sentirás lo mismo. Lo sientes diferente, y cuanto antes te des cuenta más disfrutarás de lo que te queda. Date cuenta de que cuando tengas una edad detectarás la impostura a leguas, dejarás de comprar revistas que antes te iluminaban y ahora te parecen repetitivas y aburridas, no te fiarás de los que escuchan demasiada música y opinan demasiado, huirás de las críticas de discos largas y llenas de adjetivos, y te refugiarás en los que lo tienen claro, en la síntesis y la metáfora. Y continuarás escuchando música, más limpio, más apartado de las modas solubles, paciente, guardándote los tesoros para cuando los necesites, y escuchando solo aquello que te pides a ti mismo, lo que te ayuda. Seguirás pasándotelo de puta madre. No está mal a cambio de un poco de pasión de juventud.
La pasión es algo innato en Jack Bruce, le sale por la boca, en la voz, y le sale por los dedos, como bajista. Y cuando el personaje anda en forma y bien amueblado (un genial, cuidadoso, elegante Robin Trower le da la réplica a la guitarra, después de haber colaborado varias veces en el pasado), el resultado puede ser esta pequeña obrita maestra llamada Seven Moons, editada en el 2008. Pasajes como Just another day te recordarán al Jack Bruce más creativo y jazzy, mientras que la inicial Seven moons o Lives of clay contienen suficiente infraestructura blues / rock como para contentar a los que buscan en cada movimiento de Bruce un algo de Cream. No hay mucho que decir, este es un disco con magia, simple y llanamente.
El ministro de economía presentó ante las cámaras el defícit estratosférico del país. No por las cifras que daba, que son las que son, sino por su gesto, su actitud, el ministro de economía es un puto cenizo. Estoy harto de que los políticos se escuden en ser cenizos, que pongan cara de estreñidos, de sufrientes maríamagdalenas cuando presentan sus oscuras perspectivas de futuro. Nadie se atreve a prometer un mañana mejor, nadie lidera, nadie mira más allá. Mientras, la sociedad está variando su psicología, y esto si que durará, porque está en nuestro inconsciente. Ahora ponemos malas caras, hay miradas abatidas y cuando te encuentras a un viejo amigo enseguida sale el comentario de "todo está fatal". Los cenizos han conseguido penetrar en la psicología social, y ahora, estrechos y recortados, ponemos peores caras que antes. Hay por lo tanto, más tristeza. Luego mi hija empieza a sonreír (aunque sea un acto reflejo y blah blah, pero yo sé que lo hace porque papá es muy gracioso con ella), y su gesto me desarma. Expande su boquita y dibuja un sonrisón espectacular. Que los cenizos no se lo roben jamás.
Después de haber tirado por la basura década y media de su vida, y de haberse destrozado a si mismo hasta ser incapaz de recorrer los punteos de Eruption, después de ser un despojo humano y de caerme realmente mal, Eddie Van Halen consigue ahora que todo un Hagarita como yo se rinda a sus pies, a los de Alex, a los de un imponente Roth e incluso a los del bolón que tienen como bajista, que lleva el apellido Van Halen y que se pasea por el escenario como quién pulula por la sección de embutidos del Alcampo. La reunión de Van Halen fue en un principio un disimulado despropósito. En el 2008 Eddie todavía no estaba en este planeta, y la gira resultó tan alimenticia como la del 2004 con Hagar; ahora sin embargo las piezas encajan, veo imágenes del nuevo tour de la banda y me gusta, y sobretodo, escucho desde hace días el fantástico A different kind of truth, el tajante disco con el que soñaban los pedantes fans de la primera época con Roth. Álbum potente y divertido, loco, festivo; como me suele pasar, erré el tiro, ya que antes de que editaran nada, ya me metía con ellos desde este mi blog, y volví a errar cuando escuché el single Tattoo y me quedé igual. Ironías del destino, ahora no puedo vivir sin Tattoo, que me parece una canción-caramelo, que solo Roth puede interpretar así, y tampoco pasa un día sin que disfrute She´s the woman o Stay frosty. Hay temas mejores que otros, pero qué demonios, no me apetece analizar más. Este disco es una gran noticia, el ambiente perfecto para tu fiesta, ideal para olvidarte de lo escasas que son las novedades musicales interesantes, y para reencontrarte con el sonido 100% Van Halen. Bottoms up!
Con el tiempo, la reunión de Queen quedó para la historia como una de las más cochambrosas que se hayan dado en los últimos años. Alimentaron a la masa a fuerza de la versión más populista del repertorio Queen, sacaron un disco de rock n´roll provinciano y se fundieron poco después con sus cuentas más saneadas. Desde entonces, Paul Rodgers ha reunido de nuevo a Bad Company, decentemente, sí, y ha ejecutado buenos directos con una banda en solitario, pero hay algo que se perdió en el camino desde que este hombre decidió ponerse en forma en el gimnasio y en la clínica de cirujía plástica. Aprovechando que se edita estos días un directo de la voz de Free de 1994, repaso su disco del año anterior, titulado Muddy Waters Blues, que es blues per se dedicado a Muddy Waters y con invitados del lustre de Jeff Beck, Setzer, Buddy Guy o Slash. En aquella época Paul era más feo, tenía papada y un aire de estrella en asumida decadencia, y por ello se podía permitir editar dobles discos como este. A pesar de que por momentos limpia demasiado el rancio blues de Muddy, su cante suena suficientemente auténtico, y su blues no admite suplementos vitamínicos, ni cirujías ni fitness para rockeros maduros. Con este Paul Rodgers todavía podías tomarte unas copas sin que te largara discursos de alcohólicos anónimos.
Después del cuarto tema, Don´t ya wanna, sacado a fórceps de la peor borrachera del rodeo más pordiosero de Texas, viene un remanso de country maravilloso con Ray Lawrence Jr. a la voz (que son dos canciones en una, grabadas de forma improvisada en el autobús de gira de Hank III); es solo un ejemplo de como Hank III domina lo que hace, sin nada que lo ate más allá de sus propias idas de olla y su recién adquirida libertad discográfica, que le impulsó a editar el mes de septiembre pasado cuatro álbumes a la vez. Ghost to a ghost es más básico y más naturalista que anteriores logros del nietísimo, y con el tiempo lo considerarás a la altura de Rebel Within o Lovesick, broke & driftin´. Ghost to a ghost empieza con una signature song tan clásica en Hank III como Guther town, y termina, once estampas sonoras después, con una increíble oda fronteriza (con colaboración de Tom Waits y Les Claypool) que firmarían unos Calexico arrastrándose por la arena del desierto, moribundos y consumidos por la cirrosis, filmados por Sam Peckinpah. Ghost to a ghost se edita en un pack junto con Guther town, otro de los cuatro lanzamientos con los que Hank se ha desquitado esta temporada, pero me encuentro demasiado atrapado por Ghost to a ghost como para enfrentarme a su hermano, que se me antoja todavía más extraño y extraviado. Queda pendiente.
Durante la segunda mitad de los 80, innumerables bandas se sometieron a cambios radicales en cuanto a estilo e imagen, renegando en parte de su pasado y subiéndose a la carroza de la moda glam y el rock duro-blando imperante. Accept tiraron por la borda su prestigio germánico, se deshicieron del gran Robocop del metal Udo, y ficharon a un pintamonas norteamericano llamado David Reece, con la estúpida intención de petarlo en USA grabando un disco estilo Bon Jovi. Naturalmente, el movimiento fue su sentencia de muerte; Michael Schenker formó un efímero dúo con Robin McCauley, otro maniquí de saldo, y trató de entrar en el mercado comercial por la senda estética que estaba marcando el glam de Poison y los demás. Otro fracaso.
(Accept se tiran de cabeza al desastre. Adiós Udo, hola Jon Bon Jovi)
Me fascinan bandas como Krokus, auténticos rockeros con varios discazos a sus espaldas, que a mediados de los 80 fichan por un management nortemaericano (los llevaba John Kalodner) y se convierten de la noche a la mañana en una banda de pop metal sin sustancia y con pintas horribles. Como los anteriores, el fracaso les desmoraliza y desaparecen del mapa hasta la llegada de tiempos mejores.
(Krokus rozaron el éxito y se les fundieron las neuronas. Desde su cuadro de mandos, Mark Storace conduce a la banda al deshaucio)
Y cuántas otras bandas sufrieron el mismo trance. Eran los ochenta, la era Reagan, el triunfo del ultraliberalismo, y todos van a por su pedazo del pastel, en unos USA con miles de adolescentes de clase media, subyugados por la MTV y por un rock duro que de forma simplona y chabacana les decía que no estaban solos. Docenas de bandas, más o menos veteranas, decidieron dar la espalda a su base de fans procedente de los setenta o primeros ochenta, ignorar su estilo y autenticidad, y pintarrajearse como putas para encajar en la corriente spandex & laca, rezando para que la MTV les metiera en su rotación de video clips. Algunas veces funcionaba, otras no. Judas Priest hicieron el cambio en Turbo, Van Halen con el segundo disco con Haggar, Scorpions y Savage amusement, Whitesnake y 1987... Pintas más glam, música suavizada y masticada, especial atención a los clips y a un erotismo que nada entre el descampado urbano y Miami Vice. Pero de todos esos giros, en algunos casos a la vacuidad musical más triste, el que más me fascina es la pirueta mortal que dieron Celtic Frost. Esta banda suiza, que hasta 1987 había habitado en el underground metálico, estaba considerada como la vanguardia del metal, marcaron el camino a los estilos más extremos y fueron precursores del black metal, el trash y tantos estilos que sacudieron la música dura en los años venideros. Eran un mito intocable para los connoisseurs que consideraban a Maiden, Judas etc. metal demasiado aceptado por las masas.
(Una de las obras maestras de Celtic Frost. A reivindicar permanentemente Into the Pandemonium)
Tom "Warrior" Gabriel, líder de Celtic Frost era un tipo fascinante, terriblemente feo, creativo y valiente. Discos como el decisivo e influyente To Mega Therion (1985), con portada de H.R. Giger, e Into the Pandemonium son monumentos metálicos, de incalculable importancia histórica. Into the Pandemonium, por ejemplo, incluía samplers, violines, voces femeninas operísticas, y un metal pesado, denso, extraordinario y libre. Y estamos hablando de 1987. Celtic Frost, además, se habían formado a partir de Hellhammer, otros precursores del black metal y el death, a primeros de los 80.
(Celtic Frost, antes)
Con un currículum de esta guisa, en la cúspide de la vanguardia metálica, en 1988, Tom Warrior decide romper la banda para reformarla meses después y dar un giro total a su carrera. De repente, las pintas oscuras, satánicas de los primeros discos de Celtic Frost son sustituidas por un vergonzoso aspecto chabacano de glam rockers de extrarradio. Y así, tratando de parecer atractivos para las féminas los que antes eran las ratas negras del metal, dejan a los fans de Celtic Frost sin habla.
(Celtic Frost, después)
Y cuando entregan su nuevo disco en 1988, la cosa deviene ya en suicidio comercial y artístico en toda regla. Un metal pretendidamente moderno, aplicando mantequilla a las aristas del viejo estilo de Celtic Frost. Y lo peor, en la contraportada de ese disco, que llamaron Cold Lake, encontramos una instantánea de la banda con sus pintas más glammys (o lo que ellos entendían como glammy, parecían más unos malos imitadores de la Vinnie Vincent Invasion) ante la cual no hay palabras. ¿Qué pasaba por la cabeza de Tom Warrior, el que una vez fue gurú del metal con ínfulas artísticas? Perdieron a sus fans más fieles, su credibilidad se fue a la basura y ni siquiera consiguieron sus objetivos comerciales. Posteriormente, Tom Warrior no querría ni oir hablar de Cold Lake, y ni siquiera lo reeditaría en cd. Como los Kiss de The Elder, Celtic Frost ya tenían su obra maldita.
(Cold lake -1988- el disco que hundió a una banda mítica)
Y eso que Cold Lake no suena nada mal hoy en día, más que nada porque Tom Warrior ni queriendo es capaz de pasar por un hermano bastardo de Brett Michaels; aún en su peor momento creativo, habiendo perdido definitivamente el norte y queriendo pasar por lo que nunca serían, la música de Celtic Frost continuaba teniendo ese aliento frío y extraño, malsano. Lo único cierto es que Celtic Frost no se recuperaron jamás del batacazo, y tuvieron que pasar varios años antes de que la banda se reuniera de nuevo y Tom Warrior emergiera para las nuevas generaciones como uno de los pilares más influyentes del primer metal extremo. Hoy día nadie discute la importancia de la obra de Hellhammer y de Celtic Frost.
(Arriba, el denostado tour de Celtic Frost y su Cold Lake. Aquí rozando el ansiado éxito como cabezas de cartel en el Hammersmith Odeon. Los fans de toda la vida no podían soportar esas pintas y ese sonido. Hoy en día tampoco suena tan mal)
Es curioso como, en el mundo ultra visual en el que vivimos, para un bebé la vista sea el sentido menos desarrollado, el más inútil. Tardan semanas en distinguir formas, en identificar objetos y personas por la vista. El oído en cambio, está más desarrollado desde los primeros días. O por lo menos eso es lo que noto con mi niña. Hoy un amigo me ha enseñado una aplicación para móvil que te permite montar tus propias ambientaciones musicales para relajar a tu bebé: pongo un fondo de "hoguera de campamento", le añado una melodía de "caja de música", un poco de sonido de viento lejano y unos cuantos pajaritos del bosque, y si me siento un poco surrealista, le añado el canto de monjes budistas, o el entrañable golpeteo de una mecedora mientras aúlla el lobo en las colinas. Y así construyes tu fondo musical para que tu pequeña se relaje mientras le cambias el pañal. Hoy ha colado, y le ha cambiado la cara con la melodía que le había montado, igual de ojoplática que yo cuando escuché por primera vez el Life after death de Iron Maiden. Lástima que a los cinco minutos haya decidido cansarse, pasar de la novedad, y optar por el clásico berrinche. Como su padre, que cada vez tiene menos paciencia con la música nueva, y si no le interesa lo que escucha, a los cinco minutos recurre a la calidez y la seguridad de un disco de Rory Gallagher o los Stones.
El blues de Gary Moore era bronco, de brocha gorda, blues de carga y descarga, de Área de Guissona, de torno, palé y hormigón. Su guitarra derramaba lágrimas de elefante, y la sutileza era sutituida por la traca y el petardazo. Pero hay algunos álbumes blues de Gary Moore que me gustan, como el que le dedicó a Peter Green, Blues for Greeny. De su etapa anterior, el mismo blues paquidérmico era hard rock fuerte, de sabores celtas, con inolvidables discos como We want Moore, inmenso directo, su mejor entrega en mi opinión, que fue Victims of the future o Run for cover. Con el tiempo se le perdonan sus años de blues para las masas, de algo había que comer, y si podía ser, sin soltar agudos imposibles. Pero cuando en 2010 Gary decidió girar de nuevo con Neil Carter a los teclados y coros (ahora calvo como una bola de billar) y recuperar su carrera hard rockera, todos nos felicitamos. Lo que suena en este directo desde Montreaux es un Gary tan bronco como siempre, saliendo airoso con temas exigentes como el inicial Over the hills and far away, y firmando en escena tres temas nuevos que no están nada mal. Su aspecto delataba que algo no iba del todo bien, recordaba a Rory Gallagher en los 90; ambos tocaban muy bien, pero de repente te los encontrabas hinchados como globos, evidenciando sus problemas de salud. Lástima que Gary muriera pocos meses después de este concierto (en un rincón tan lamentable como Estepona). Gary era un buen tipo, y no me caen los anillos al reconocer que ahora disfruto no solo de sus álbumes duros, sino del blues de Corte Inglés que se inventó luego y que tan rico le hizo.
Desde luego que este Chris Cornell es mejor que el Chris Cornell del último disco en solitario, y mejor que aquel que debutó (y nos convenció entonces) con Euphoria Morning, después de disolverse Soungarden. Enfrascado ahora en el retorno de la banda madre, Cornell recopila estas tomas sacadas de una gira acústica, y se nos presenta de nuevo en la senda que nunca debió abandonar. Podría haber sacado maravillosos y oscuros discos él solito con su guitarra acústica, lástima que optara por una carrera gris. Porque aquí I am the highway (Audioslave, por ejemplo, es una banda que ya nadie recuerda), Call me a dog o Fell on black days suenan austeros y serios, perfectamente desnudos. De un tiempo a esta parte, el legado de las bandas más masivas de Seattle anda en buena forma: Alice in Chains grabaron un increíble e inesperado disco hace un par de años, Pearl Jam se han quedado con la condición de banda clásica fruto de su trabajo de todos estos años, y Soundgarden apuntan a que están haciendo las cosas bien.
Ahí fuera el tráfico y la gente sigue acelerando, aquí dentro podemos permitirnos, solo por unos días, discurrir de otro modo. Marina se ha dormido encima mío un par de horas, mientras yo iba pasando canales, el informativo 24h de Televisión Española, y el informativo 24h de TV3, de uno a otro, adormilado, y la pequeña se mecía en mi respiración. Ahora se alimenta en el regazo de su madre. Voy pensando en mi niña, en como las cosas están cambiando, de momento, a un ritmo benévolo. Para nosotros, pronto será el momento de volver a gritar, a equivocarse y a acertar. Pronto volverá el deseo irrefrenable, llegar a casa con el parte de la derrota, o el del triunfo. Nos hemos vuelto más egoístas, y nadie sabe qué va a pasar. Lo único verdadero es que Marina está aquí, y hay que cambiarla, limpiarla, decirle cosas bonitas y palabras inventadas, cogerla cuando llore, darle de comer. Es una buena tarde para todo eso, y quedan un montón de cosas por hacer.
Lo mejor es cuando sales del cine pensando que esa película que acabas de ver la han hecho para ti, y solo para ti. Supongo que con respecto a The Artist, miles de espectadores tienen esa misma sensación, como yo. Cine mudo (sigo adorando el mudo), el drama que significó para parte de la industria la transición del mudo al sonoro (recordad aquellas desternillantes escenas de Cantando bajo la lluvia), música (con fragmentos enteros de la partitura de Vertigo, de Bernard Herrman), dos actores principales que iluminan (tanto la sonrisa de Jean Dujardin, que me temo buscaremos en su futura filmografía, haga lo que haga, como la vida que tansmite la bellísima Bérénice Bejo), y una historia filmada, utilizando las viejas y sólidas artes del medio cinematográfico, para que te emociones, la mezcles con tus propios problemas, anhelos y dificultades, y como resultado, salgas pensando en que, a pesar de todo, hay esperanza. Eso se respira cuando bajan los títulos de crédito y se encienden las luces, se respira en toda la sala.
He decidido que la banda sonora que rondará por mi cabeza cuando nazca mi hija será esta, Magical Mistery Tour, el disco de los Beatles que siguió al Sgt. Peppers. La agradable aunque tensa espera me induce a estos desvaríos. Probablemente estampe una blusita con esa divertida y marciana portada y se la regale. No hay una razón lógica, pero creo que esta es una buena banda sonora para transmitir a una criatura que a pesar de todo, el mundo puede ser alegre, loco, y con arco iris y tipos disfrazados de oso. Situado entre "el mejor álbum de todos los tiempos", según el tópico que nos viene dado desde niños, y el mítico doble blanco, no tantos se acuerdan de este oráculo del periodo psicodélico de los Beatles. En una cara, la impecable banda sonora del film para la televisión Magical Mistery Tour, y en la otra, cinco singles que sacudieron la conciencia del mundo, tío. Strawberry fields forever, piénsalo, Brian Wilson, borracho de Smile, balbuceó en su salón de Beverly Hills que eso, eso, era lo que él quería hacer, pero ya era demasiado tarde. La canción homónima que inicia el disco te pone tan de buen humor, no dejaba de rebobinarla en mi cinta de casete hace años, y ahora lo hago con el cd remasterizado, qué obsesión; y The fool on the hill, la siempre sorprendente I am the Walrus, Penny lane, el twist oriental de Baby you´re a rich man, el final con All you need is love... Razóname por qué este disco es inferior a Sgt. Peppers, yo no lo tengo tan claro, uno llegó antes que el otro, y se concibió de forma más unitaria, pero, cartas sobre la mesa, los dos merecen el mismo premio. Triposo, enrarecido, feliz, poético y magistral. Marina ya tiene banda sonora.
De Jack Bruce me quedo siempre con su voz. Emotiva, desprendida, no lo conoceremos en persona, pero su voz nos ha hecho sus confesores más íntimos. Songs for a tailor (1969, primera obra en solitario recién disueltos Cream. Chínchate Eric) es un disco rico y emotivo, como la voz de su autor. Una joya capaz de cambiar la vida de quién la escucha, un secreto que no vanalizas en conversaciones casuales con el "es de puta madre" de rigor; un disco que aprecias de forma personal, al que llegas como un explorador, como si nadie más supiera de su existencia, y al que plantas una humilde banderita que señala que ese es tu territorio y el de nadie más; como, pienso ahora, el White light de Gene Clark. En Weird of hermiston, Bruce canta "I'm going to a wedding, I'm going to a wedding dressed in black, I'm going to a party, won't be back". Qué gran canción, como todo el disco, rico en blues, jazz y experimentación. Con la extraña sustancia de las cosas por las que vale la pena vivir.
Sin duda este dvd es la guinda, o mejor, el gin tonic perfectamente servido, copa, piel de limón, hielo hasta arriba y Seagram´s, al achuchón que la Stones enterprises Ltd. le ha dado al periodo Some Girls de 1978. La reedición del disco ha sido un regalo, y este concierto filmado en Forth Worth, en la corta gira del 78 por USA, es uno de los documentos más espectaculares de Mick & Keith que te puedas llevar jamás a tu casa. Impresionantes planos, miradas, gestos, todo al detalle en un concierto de cuando todavía era posible tenerlos delante y olerles el aliento. Mick reina siempre, hiperactivo, chuloputas en clave NY, no para, incluso decide comerse al propio Keith en Happy, o reclamar el alma de Otis Redding en el final de Beast of burden, o rasgar la guitarra como el mejor roadie de Johnny Ramone. Keith es la máquina y el corazón, el sistema nervioso de la banda. Verlo tocar la intro de Honky tonk women sin su púa, o coser esos solos tan absolútamente cool es un tesoro. El resto de la banda, Ronnie soporta con guasa las bromitas de Mick, y se dedica a coger las colillas del suelo y apurar los pitis, Bill coloca su bajo tan en vertical que parece que esté meando detrás de un pino, y Charlie le da a Keith toda la gasolina que este necesita para que la máquina no pare. Muy cañeros, muy eléctricos, menos carnavalescos que en anteriores giras de los 70, chulos hasta decir basta (Mick es especialista en invitarte a la fiesta y luego ni mirarte a la cara). Da gusto refrendar mis votos stonianos con productos así.
Ante los bajones de calidad que experimentan muchas series temporada a temporada, y esa forma de consumirlas, cepillándonos una docena de capítulos en dos días, sin dar tiempo a reposar ni ilusionarse por el qué sucederá, tenemos el formato miniserie, que es más conciso y no da tiempo al agotamiento, la falta de ideas o el empacho. Los cinco capítulos de Mildred Pierce adaptan la novela del gran James M. Cain; una historia de superación y crueldad, con tintes de tragedia griega, en los USA de la Gran Depresión. Y sobre todo, una dirección cuidadísima de Todd Haynes (un director dado a facturar bellas porcelanas como aquella Lejos del cielo) y una espectacular, como siempre, Kate Winslet, que entiende y vive los personajes como nadie.
Siempre he admirado a Bruce Dickinson. Como tantos otros chavales, entré en el mundo del heavy de la mano de Live after death, los "scream for me Long Beach!", 2 minutes to midnight y aquellas canciones me dejaron boquiabierto. No podía creer lo que estaba escuchando. Tantos años después, Iron Maiden siguen haciéndome perder la cabeza, y Bruce sigue siendo importante en mi vida. Su carácter polifacético, ahora escribo, ahora me dedico al esgrima, ahora piloto aviones, es algo que me ha alejado un poco de él, por el tonto pensamiento de que eso le separaba de la música, de tomarse en serio la música. Pero Bruce se ha negado a conformarse con su papel de más éxito, y no ha parado quieto nunca, guste o no. Ahora, él y los demás Maiden tienen montada la mayor fábrica de divisas del metal actual, y planean cada movimiento, gira y disco con inteligencia. Los últimos diez años de la doncella deberían ser estudiados en las escuelas de negocio. Sin perder credibilidad (su verdadero valor de marca), han extendido el negocio sin parar y sin quemarlo, y disfrutan ahora de un éxito cómodo, intergeneracional y universal que jamás habían soñado. Estoy escuchando estos días el primer disco en solitario de Bruce, aquel Tattooed Millionaire del 1989 que engendró la sospecha de que este hombre no terminaba de estar a gusto sometido a la dictadura del torie del metal, Steve Harris. Luego vino su desmotivación general en el escenario y finalmente su marcha de Maiden, con aquella penosa última gira de despedida en el '93, el peor momento sin duda en la carrera de Dickinson. Tattoed millionaire se disfruta ahora con gran facilidad. Es un heavy-hard rock muy gustoso, sin el ritmo trotón de la doncella, más dúctil, melódico y potente, como le gusta a Dickinson. Grandes temas y a la guitarra el futuro Maiden Janick Gers. La reedición en 2 cd´s incluye tomas en directo y el Bring your daughter to the slaughter que Bruce compuso para la quinta parte de Pesadilla en Elm Street, y que luego grabaron Iron Maiden en No prayer for the dying, convirtiéndolo en un hit. Quizás me anime a seguir hablando de los demás discos en solitario de Mr. Dickinson, por ahora os dejo con el menos pretencioso de todos (aunque el último que grabó, Tyranny of souls, sigue esa vena de facturar un buen disco sin complicarse la vida). Aunque tenga de vez en cuando algún momento insoportable, Bruce sigue siendo uno de mis héroes.
A punto de ser padre, voy diseñando mentalmente el mapa de restaurantes que me hará ilusión visitar con la pequeña. El ego de un padre puede ser monumental, y uno se imagina enseñando a su hija las bondades de la barra del Coure, o de un concierto de Iron Maiden. Pura fantasía, mejor empezar siendo prácticos, posibilistas. Un local que caerá sí o sí en algún momento de algún fin de semana es la Cañota, calle Lleida casi con Paral·lel, guasón restaurante de tapas de los hermanos que llevan el Rías de Galicia, clásico entre los clásicos del mejor pescado en Barcelona, y quienes se han asociado hace bien poco con el imperio Adrià para perpetrar el restaurante más chipiguays de la ciudad, el Tíkets. Recomiendo un mediodía de tapas en la Cañota, con buena conversación y el diario bien cerquita. El local es divertido, con ilustraciones tipo cómic decorando las cristaleras, el ambiente distendido, combinando lo típico con la modernez Tíkets más desenfadada. Y las tapas son excelentes. Ya el pan con tomate, que te haces tú mismo, pone de buen humor a cualquiera, y más si encima extiendes una deliciosa anchoa. Las bravas están hervidas, nada de fritanga, y una vez te acostumbras (al segundo bocado) concluyes que son buenísimas, y que en Barcelona hay mucho mito con las bravas de tal o cual local; estas son de notable alto. Las croquetas de bacalao son golosas, repites seguro. Y la mini empanada de sardinillas, una delicia. La cañita está a un euro, y puedes alargar la comida hasta el pulpo o el cochinillo, que es asignatura pendiente para nuestra próxima visita. Muy recomendable.
Si se trata de darte un poco de autobombo y recordarte que has sido la banda de metal más importante de los últimos 30 años, será mejor que lo hagas con estilo y cuidando a quienes verdaderamente te han situado donde estás: los fans. Eso habrán pensado Metallica cara a celebrar su treinta aniversario, a primeros de diciembre del 2011. Cuatro conciertos -que amablemente han colgado en la red para descarga- en el Filmore de San Francisco, fans de todo el mundo entre el público, contacto cercano banda /público, y mucho más que una simple actuación. En cada una de estas maravillosas cuatro noches Metallica han interpretado temas oscuros de su discografía + versiones de todo tipo (tuvieron que ensayar hasta 80 temas distintos), han bromeado e improvisado con el público y sus propios colegas, roadies etc., han homenajeado a Cliff Burton, y han rendido pleitesía (algo que Metallica siempre ha hecho) a sus principales influencias, invitando al escenario a Ozzy, Geezer Buttler, Biff Byford de Saxon, a King Diamond y Mercyful Fate (emocionante para mi ver a King recuperado, al menos en parte, de su enfermedad), al mismísimo Dave Mustaine, a compañeros trashers como Death Angel, a Rob Halford, Glenn Danzing... Sí se trata de marcarte un autobombo celebrando tus tres décadas en el negocio hazlo así, déjate de macro conciertos y estadios de fútbol. Metallica siguen recuperando credibilidad y haciendo las cosas bien: Grandes conciertos, Death Magnetic, Lulu (aunque ahora quizás se arrepientan de haber grabado con Lou Reed), y finalmente esta perfecta forma de cumplir los 30. Hetfield está como un coloso, con una imagen fantástica, y los demás hacen lo que han de hacer, lástima que ya no esté Jason, y sino visionad su interpretación de Whipash en la cuarta noche, lo echaréis de menos.
Aquí un resumen del segundo concierto, con la reunión de Mercyful fate por todo lo alto...
Y el cuarto, del 10 de diciembre. Con Ozzy, Geezer, Death Angel, un Metal militia junto a Mr. Mustaine...
Terrible accidente ayer en Barcelona. Una mujer murió arrollada por un camión cuando iba en bicicleta por una calle del Eixample. No conozco las causas exactas del accidente, pero me aterroriza la mezcla bicicletas y ciudad. Mi experiencia es nula con el Bicing o similares. Tengo una amiga que se hace un tourmalet increíble cada día para ir a trabajar, y se le nota, porque está en forma y da gozo verla, pero yo no puedo. Ni lo entiendo. Cuando veo al típico padre modernillo llevando a su hijo en la parte trasera de la bici en medio de la calle Pau Claris, me dan ganas de bajar de la moto y darle de ostias. Tan poco respeto a la vida, a la suya y a la de su hijo. Esto es una ciudad, una jodida ciudad en la que en bici estás indefenso ¿cómo arriesgas la vida de tu hijo? A diario, cientos de personas cogen el Bicing, muchos diez veces más patatas que yo pedaleando, y los ves circular como florecillas silvestres por las calles más malas de Barcelona, saltándose semáforos, ignorando su propia vulnerabilidad, sin casco y sin precaución. Por supuesto que la culpa de esta inseguridad también la tienen la imprudencia de los conductores, que invaden los carriles bici o giran sin mirar, pero a ellos no les pasará nada si te dan un toque. No estamos en Amsterdam ni en Berlín. Esto es la sucia y caótica Barcelona ¿qué pintan las bicicletas por ahí en medio?
Lejos quedan ya las nocheviejas decadentes en macrofiestas, o innombrables saraos organizados en alguna casa privada a la que te llevan no sabes porque razón. Ni me gustaban antes las farras de fin de año ni me convencen ahora. Tampoco me gusta demasiado el día de mi cumpleaños. De joven me asustaba la obligación de desfasar, el estar hablando de la farra de fin de año desde meses atrás, y las fiestas estúpidas a las que iba y en las que realmente no quería estar. Total que la función terminaba con un ciego malo malo, de esas cogorzas feas y sin sentido. Bueno, ahora la nochevieja es más casera. En los últimos años hemos salido de forma relajada después de las uvas, o directamente nos hemos quedado en casa. No faltan nunca los gin tonics. Pero esta es una noche que se me atraviesa. Los precios exorbitados, los saraos y el desfase masivo (que me aterroriza), aunque lo vea desde la terraza de casa. Salir a cenar es una aventura que puede costarte medio sueldo, quedarte en casa es una media tinta, aunque lo solucionas si arreglas una cena que valga la pena. Y no me puedo quejar, solemos apañar bonitas veladas. Para el año que viene lo tenemos claro: cogemos perros, niña y amigos y nos vamos de casa rural. Con la calma pero bien.